El prestigio de la palabra Estado, que, para empezar, se escribe con mayúscula (con matices que no vienen al caso), es misterioso. Todas las guerras santas surgidas, incluso la que parecía más exitosa en su siniestro designio (Al Qaeda), van quedando unificadas en la de Estado Islámico. Aunque cabría pensar que es debido a su enorme agresividad y eficaz organización, la capacidad de convocatoria que está detrás tiene mucho que ver con la elección del nombre. Un Estado es la forma suprema del poder, tan suprema que dispone de una llamada razón (la razón de Estado), y esa forma se formaliza a su vez en la propia palabra. El Estado tiene la magia de un fetiche. Como encima EI es el primer Estado en el que toma estado la forma-red, lo que le permite estar, como Dios, en todas partes y en ninguna, cabría pensar que con el Estado hemos topado, amigo Sancho, y la guerra está armada.