El dinero viaja muy rápido y el que lo tiene, también. Un apunte bancario recorre el planeta casi instantáneamente pero sus beneficiarios aún tienen que conformarse con velocidades analógicas. Con todo, la diferencia es enorme: los ricos del primer mundo vuelan en jet privado y los pobres del tercero van a pie o a velocidad de burro privado. La desigualdad exponencial también se mueve en esas magnitudes. Como el modelo que nos rige busca la aceleración de la desigualdad se han estrenando en Estados Unidos los peajes dinámicos, implantados por la española Ferrovial, en 21,4 kilómetros del área Dallas-Fort Worth, en Texas. Lo dinámico combina fuerza y movimiento. Aquí, la fuerza impone más precio a mayor velocidad de movimiento.

La autopista tiene unos carriles gratuitos de toda la vida y la han ampliado con otros de pago, a los que puedes pasar si vas apurado o los no venales colapsan. El peaje dinámico está tan pensado para la prisa del rico y para enriquecerse con la prisa que cuanto más tráfico registra, más caro se vuelve. El cliente, ese gilipollas que paga y quiere incluir en el precio que le den la razón, deja más dinero cuanto peor circula, con más tráfico y con menos velocidad. Gracias por el buen servicio. Nunca sientes mejor pagado un peaje de autopista que cuando parece que has alquilado una vía para ti solo, cuando puedes dejar atrás sin esfuerzo algún camión y cuando te decoran el recorrido con algún coche al que adelantar o por el que ser adelantado para dar amenidad al viaje. En cambio, te sientes atracado si la autopista de peaje tiene obras que te roban un carril y varios kilómetros por hora.

Al final, las grandes empresas son como los dueños de los restaurantes de la costa, que resultan más caros en verano, que es cuando peor te atienden de la cocina a la mesa, y cuando pierden los nervios por el trajín, aún te maldicen por ir a mediados de agosto y no en mitad de enero.