Los medios de comunicación han puesto recientemente sobre el tapete una noticia de la Ocde sobre los deberes escolares. La educación es así de agradecida: siempre da que hablar. Cuando no hay un informe que llevarse a las páginas, podemos acudir a unos resultados porque no nos los dan o porque nos los dan maquilladitos, o a unas oposiciones con o sin rebaremación, o al bilingüismo o a las pizarras digitales o a los estándares y las rúbricas o a las jubilaciones a chorro que huyen del paraíso del constructivismo y el buen rollete emocional.

Resulta que la Ocde ´explota´ los datos de su célebre informe Pisa y mensualmente pone la lupa en un aspecto de interés y en cuatro páginas perfila la cuestión. La última entrega del Pisa in focus, que así se llama, se centra en «¿Cómo explicar la desigualdad entre los sexos en la educación?». Ya digo que esto de la educación da mucho de sí. No obstante, lo del gender y del sexo es otra historia que no puede ser abordada tangencialmente. De modo que lo dejamos para otra ocasión.

La cuestión de los deberes es lo que la OCDE nos regaló allá por diciembre. Mucha gente a título individual, a título de experto o a título de representante de sectores educativos de distinto pelaje se ha lanzado a opinar y sentenciar con rotundidad sobre la cuestión. Sobre los deberes, como sobre la educación en general, todo el mundo sabe algo; y suele haber bastante razón incluso en planteamientos que inicialmente podrían parecer enfrentados.

Se ha hecho hincapié en el efecto de los deberes sobre la brecha socioeconómica. No es de extrañar que la cuestión derive por ahí si el punto de partida, si la pregunta que pone en marcha la investigación es «Las tareas escolares ¿perpetúan las desigualdades?».

Pues dice el informe que podría ser. Concretamente señala que los deberes «podrían tener la consecuencia no deseada de ampliar la brecha de rendimiento entre los estudiantes de diferentes niveles socioeconomicos»€ Podría ser. Sobre todo si nos fijamos en el dato de que, curiosamente, los alumnos más favorecidos y que asisten a mejores colegios, hacen más deberes.

Los amigos de la solución fácil y de una educación igualitaria han concluido con celeridad: ¡hay que suprimir los deberes! Y hay que prohibirlos por ley. Y asunto arreglado. Así de sencillo. No obstante, me temo que el asunto ni es así de sencillo ni se arregla así. Para empezar, porque uno de los problemas gravísimos que pesan sobre la enseñanza es la hiperregulación, la inflación de normas: y ya se sabe que a mayor regulación, menor responsabilidad y menor eficacia. Pero es que, además, incluso si se suprimiesen los deberes, es dudoso que los alumnos socioculturalmente favorecidos dejasen de mejorar (yendo a museos, asistiendo al teatro, viajando al extranjero o, simplemente, oyendo la conversación de unos padres que usan un registro culto de la lengua) pero lo que está clarísimo es que el único medio que tienen los alumnos menos favorecidos para prosperar es, precisamente, trabajar, aprovechar las clases y profundizar en casa. No parece que prohibir los deberes sea buen camino, ni siquiera para la igualdad. Ya hemos dicho que el asunto de la educación da mucho de sí. No podemos entrar ahora en esa concepción de la enseñanza que parece empeñada en lograr la igualdad evitando que algunos destaquen. Me parece una irresponsabilidad y una inmoralidad hundir la carrera de alumnos brillantes para conseguir el igualitarismo, pero esto también quedará para otro día.

Está claro que los deberes pueden ayudar a los alumnos a asimilar lo estudiado en clase, permiten consolidar los conocimientos y, finalmente, pueden servir de estímulo intelectual suplementario para los alumnos más dotados. Así planteados, su influjo es claramente beneficioso y, por supuesto, no hay que suprimirlos. Será el profesor quien, en uso de su buen juicio (y no ninguna ley), dosifique razonablemente las tareas para conseguir que sus alumnos mejoren y no para suplir lo que no se hace en clase.

Pero Pisa in focus (o Pisa à la loupe, para los de francés) señala algunas peculiaridades de los deberes en España. En ocasiones la carga de tareas (muchas veces mecánicas) es tan grande que ¡no queda tiempo para estudiar!; otras veces, la mera presentación de tareas (que pueden hacerse mecánicamente sin aprender nada o, incluso, ser realizarlas por una tercera persona) suponen un porcentaje importante de la nota final del alumno. Así se consigue inflar las notas, poner el acento en los medios (las tareas) con olvido de los fines (saber). Esta trampa explica también por qué, por recurrir a referentes conocidos, los alumnos finlandeses dedican a las tareas escolares la mitad de tiempo que los españoles (poco menos de tres horas semanales en Finlandia, poco más de seis horas en España).

No hay que pasar por alto tampoco la aspiración secreta de muchos padres: que a sus chiquillos les manden deberes que fomenten valores, actitud empática, convivencia familiar, actividad lúdica€ y que de las tareas académicas se encarguen en el colegio: toda una revolución. Y no es broma, que una de las razones por las que, al decir de Pisa in focus, aumenta la brecha social es porque los padres con menor nivel cultural no están capacitados para (ayudar/hacer) las tareas de sus hijos. Ah, es que tal como se plantean los deberes, lo académico recae muchas veces sobre los padres y, por tanto, los alumnos llegan hasta donde llegan los conocimientos de los padres.

Quisiera acabar con las mismas palabras de Pisa à la loupe. Como verán, no dice que hayan de suprimirse los deberes, sino que hay que poner los medios para que su realización no aumente las desigualdades. Concretamente: «Los deberes representan una posibilidad suplementaria de aprendizaje; no obstante, pueden incrementar las desigualdades socioeconómicas entre los alumnos. Los centros de enseñanza y los enseñantes deberían hallar el medio de alentar a los alumnos con dificultades y desfavorecidos a hacer sus deberes».