Es novísima la denominación de origen; conocíamos la ciudad dormitorio y sus funciones; la ciudad jardín y sus perfumes, pero ahora se nos presenta la Ciudad Campamento; esa que por una invasión del espacio urbano público, se ocupa el suelo disponible -que es para todos- con esas carpas plastificadas para ampliaciones de bares y restaurantes. Y como suele ser frecuente la norma se ejecuta sin medida. Porque además interesa a las arcas municipales. No me parece mal que algunos establecimientos tengan una posibilidad de negocio extra ocupando con mesas y sillas parte del espacio público pero, dónde hemos ido a parar, es una catástrofe. No sé lo que pensarán los profesionales del urbanismo de las ciudades de esta invasión que deja sin lugar al paseante y las plazas y rincones irreconocibles en sus fachadas, que quedan ocultadas por las decenas de plastificaciones convertidas en espacios privados los que antes eran públicos.

Murcia capital es un ejemplo de lo que digo; la ciudad se ha convertido en una acampada generalizada. Hay puntos absolutamente críticos; la plaza de Cetina en la que hay que sortear con equilibrio para poder cruzar de un lado a otro; en la plaza de San Juan, un restaurante ocupa prácticamente la calle que va a salir a la plaza de la Cruz Roja, obligando al viandante a situarse en fila india para poder utilizar el paso público.

A veces todo se complica aún más con mobiliarios urbanos desafortunados; diseños de bancos que ocupan espacio preocupantemente.

Hay que buscar un equilibrio, una veta humana que haga de la ciudad un lugar acomodado para todos los usos, no solo para la hostelería. La ciudad debe ser una biografía comunitaria, hecha entre todos los que la habitamos, para nuestra felicidad con las limitaciones ordenadas y prácticas. La ciudad cambia constantemente, es cierto, y ese cambio ha de ser hacia lo racional. Esta invasión de locales plastificados, uno con otro, ocupando un porcentaje público desmesurado, es de mal gusto, al menos, tanto como injusto en el reparto. También causa un perjuicio a terceros; los propietarios de locales comerciales cuyas propiedades están situadas en calles sin posibilidad de espacio público delante, no interesan a los promotores hosteleros; con perjuicio en la valoración de sus inmuebles.

Debe de existir convivencia entre el ayer, el hoy y el mañana de la ciudad. Sin despreciar el cosmopolitismo, ni el turismo ni nada que nazca para una mejor habilitación del espacio disponible. Eran preciosas las tabernas y sus espacios interiores; y las barras históricas de nuestros bares. Y las tascas. Y no esas tiendas de campaña con butano para calentar el ambiente. Siempre será mejor una copa de vino para quitar el frío.