El Día del Padre nos fuimos en busca de nieve, sin que nos importara demasiado encontrarla. Más bien por salir de la rutina camino al Noroeste, que siempre es una bocanada de aire, y también fresco, que este año se nos ha metido el primaverano justo con la Semana Santa, en plan playa de océano, uno, dos, cinco mil. Le hice la ruta al gran Fernández Soria, mito antirunner y erudito de los buenos sitios, una guía con piernas, y nos envalentonamos hasta Santiago de la Espada, provincia de Jaén, nada menos. Una excursión curiosa y agradable, para ir sin prisa, claro está, que esto es la clave de toda excursión que incluye puerto de montaña a la asturiana. Lo disfrutamos, almuerzo casero de por medio. Pero lo que me llamó a capítulo con Murcia esta vez fue la comida en el Hotel San Francisco, en el corazón del pueblo.

Y es que nos echamos al cuerpo el menú del lugar, siguiendo recomendaciones, con aperitivo, postres, cafés y dos platacos, sin remilgo alguno en cantidades, y salimos, por qué no decirlo, a diez euricos persona, que si le sumas gasolina y almuerzo aún sales ganando con cualquier lugar para comer en el centro, incluso media huerta. Y esto, amigos de Achopijo, no puede ser, aunque sea. Quiero decir, que Santiago de la Espada sea más barato para comer entra en la lógica ordinaria, pero que todos estemos de acuerdo en que casi vayas donde vayas uno se resigna, es chungo, sobre todo porque ahí está lo que mide todo. No nos engañemos. Y si hubiera estadística de clavadas por murciano creo que veríamos una línea ascendente preocupante, no sé si me siguen.

Murcia ha sido siempre de salir mejor cuenta a más pedir, de eso que ya te ponen los bolitos casi sin contarlos, y eso, aunque entona con el generosismo huertano, puede muchas veces salirnos rancio, que por dos marineras, unas olivas y cuatro cañas al final se te va un riñón y un cachico hígado. Ojo, que hay cuerda floja, y el tema precios es un descontrol absoluto, que no se sabe bien si va con la demanda, con la ciudad, peligro, o con la calidad, sobre todo en cuanto nos pasamos un poquico.

Son días de recibir visitas y podemos echarnos ratos de paraíso celestial, que empieza la estación murciana de siete meses en los que podríamos ser la capital de la primavera mundial, pero si cuando hay que pintar billetes nos quedamos sin dedos perdemos todo en un envite. Es ya casi un mantra, «Murcia es carica€», nos decimos y asentimos, sin querer decírnoslo€ y es que, acho, lo es. O es cada vez más una cuestión a tener en cuenta, para todos los bolsillos, ojo. Que la cosa es que de lo más a lo menos haya pocas decenas, una o dos si acaso, y estén justificadas.

No debería acabar este artículo con esta pregunta, siquiera€ ¿Es Murcia una ciudad cara para comer? Vale.