Hay cosas a las que el Derecho no les puede dar solución. O dicho de otra manera, no es capaz de abarcar y regular sentimientos y amores. El derecho de familia es una de esas cosas. Y por eso los jueces le temen tanto, al no poder encontrar la solución en la ley a aquellos problemas personales, familiares y de pareja, cuando los intereses se encuentran enfrentados. La salida no puede ser otra que respetar el bien del menor de edad por encima de cualquier interés menos preponderante, como es el de las personas mayores.

Y por si fuera poco, a estos problemas de separaciones y divorcios, con sus consecuencias matrimoniales, económicas y paterno-filiales, se suman ahora lo que se ha dado en llamar la rebelión o el 'club de las segundas esposas'. Se quejan éstas de que los jueces protegen más a los hijos del primer matrimonio que a los suyos tenidos con un divorciado. Y denuncian que reciben un trato personal y económico discriminatorio ante la Justicia. Se trata, por tanto, de un nuevo conflicto de intereses en que debe triunfar, como siempre, el interés más importante, sólo que aquí el problema radica en que los intereses son del mismo calibre, hijos menores de uno y de otro matrimonio.

Al igual que algunos padres divorciados sostienen que los jueces conceden más importancia a las madres que a ellos en el momento de otorgar la guarda y custodia de los hijos comunes. Ahora las segundas esposas plantean y ponen sobre el tapete rojo del Derecho su igualdad con las primeras esposas. No sé si será por el dicho de que «la vida es una aventura que ni empieza ni tiene final, e igual sucede con el amor, porque aunque puedas pensar que se acaba, sigue guardado profundamente en el alma». Claro hay otro: «Una persona no sólo se casa con la familia de la otra persona, sino también, en su caso, con la primera esposa». Una vez alguien a quien pregunté cómo se llevaba su marido con su primera mujer me contestó: «Mal. y ya se cuidará muy mucho de llevarse bien». Pues eso, quien tuvo, retuvo, pero la página, salvo por tener aún que compartir hijos comunes o una hipoteca, se debe pasar para evitar estas quejas y desequilibrios? económicos, pues los otros no tienen arreglo ya.

Y es que el cine ha hecho tanto daño con las historias del príncipe azul, cuando al final es simplemente una rana, como con las segundas esposas, a las que tilda de madrastras egoístas y amorales. Y supongo que habrá de todo, como en botica, y al igual que las meigas, que haberlas las hay, pero sin generalizar, y sin necesidad de casarse.La cuestión no es baladí: en EE UU, rezan las crónicas, uno de cada dos matrimonios acaba divorciándose, y el 75% de sus integrantes conforma una nueva unión. Cuatro de cada diez americanos del Norte tienen un padrastro, un medio hermano o un hijastro.

En España una mujer que se casa tiene el 11,3% de posibilidades de convertirse en segunda esposa. La media de Europa en ruptura es de cinco por cada diez matrimonios; en España, siete. Y dicen que la relación más tensa en toda esta amalgama familiar es la que se produce entre la primera y la segunda mujer. La recomendación es que la segunda no se meta en las cuestiones de los hijos ni las económicas de la primera, pues lo que cuenta es que el amor está de su parte, y aunque 'contigo pan y cebolla' ya no se estile, más vale estar enamorado que una guerra al estilo hiedra.