Hay un alcalde exultante porque un juzgado dice que no hay delito en el cierre de una guardería. Cierto que hay mucho más detrás de ese pronunciamiento judicial, pero también que la política se ha convertido en una maquiavélica manipulación de la palabra. A veces apoyados en la estadística, esa ciencia con apariencia matemática pero que se ha convertido en un truco de magia en manos de los políticos. Como si un comentarista entusiasmado apreciara la efectividad de un lanzador de triples que, un poco perezoso, sólo encestara el único tiro de tres de todo el partido.

Ciento por ciento de aciertos. Ciento por ciento de absoluciones y, mientras tanto, viva la presunción de inocencia y la inocencia de los presuntos electores. Pues haremos también gala del recurso a no contarlo todo o el derecho de ver la botella medio vacía.

¿Ha de enorgullecerse del cierre de la guardería, o mejor del ocurrente proyecto de reforma urbanística que iba a convertir La Paz en el Manhattan de esta Murcia neoyorquina? ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón. No lo digo yo, que lo hizo hace tiempo Enrique Santos Discépolo en su inolvidable tango. Y así, a ritmo de milonga se construye la historia de la infamia. Recordaba hace años Antonio Díaz Bautista que más estragos había producido aquí la voracidad de los constructores y la desidia de las administraciones, en esta pequeña ciudad de provincias, antaño entrañable, que las bombas aliadas durante la II Guerra Mundial en una coqueta ciudad alemana. Diego Ruiz Marín, añorado abogado e ínclito panochista, recordaba los años de su infancia, recorriendo caminos de huerta de su Algezares natal, embarrado hasta las cejas tras las lluvias otoñales, para concluir que el terruño que idealizamos también tenía sus cuitas.

Años después qué queda de aquella huerta sino el perfume de azahar en la primavera florida. Ni siquiera el sabor del melocotón, aquellos damascos aterciopelados de tacto y de dulzor. Perdida para siempre la delicadeza de aquel fruto, por la contaminación de las aguas de riego.

Sepultada ahora por la urbanización sin criterio ni gusto, lo cual no es achacable sólo a quien construye, sino también a quien lo permite, con el empeño en dinamitar los lugares reconocibles de una ciudad. Primero abandónanse los parques y plazas públicas, para luego remodelarlos argumentando recuperar esos espacios públicos, mas con pésimo gusto y poco respeto a los urbanistas anteriores.

Cuando futuras generaciones contemplen las ruinas de un pasado esplendoroso, si es que quedan, de lo que fuera antaño la Taifa del Rey Lobo, comparable en su esplendor a la fortaleza roja nazarí, comprenderemos que Ibn Arabí redivivo volviera a emigrar para conservar en su retina la silueta de aquel castillo sobre el monte escarpado y agudo que preside la Vega Media del Segura. ¡Malhaya los ojos negros que lo alcanzaron a ver! canta la canción del fuego fatuo de Falla. ¡Malhaya aquellos que dejaron morir todo vestigio de los tiempos pasados! No tendremos arrabal tardomusulmán, pero tendremos tranvía, no a la Malvarrosa, sino a los centros comerciales y a la estación del Carmen. No estará ésta soterrada y quién sabe si la verán nuestros hijos.

Ya perdió la condición de imputado, por ese pequeño asunto. Total, el cierre de una guardería. Qué era eso para el gran proyecto de levantar la Torre de Babel. Si al fin y al cabo, los técnicos informaron favorablemente. Pero, por favor, no carguemos contra la política, sólo hay que recuperarla para la ciudadanía. Y mucha falta hace. Ahora que surgen redentores mesiánicos, también conviene tener ojo avizor y olfato de cánido. Este año nos van a regalar unas cuantas festividades laicas, porque eso son los comicios, una fiesta de la democracia. Pero no olvidemos que las fiestas tienen su liturgia, su ritual. Previo a ellas, deberemos reflexionar, hoy más que nunca, qué nos espera después de las urnas. Estamos en capilla.

No pedí permiso, pues como a Blas de Otero, me queda la palabra. Pero sí pido excusas, por si hubiera quien haya visto en esta columna un tono más alto que otros, pues de edificios que apuntan al cielo se ha hablado. Valga en mi defensa una última cita literaria de quien recordamos hace poco en el aniversario de su muerte. «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno». Descanse allá en Colliure el viejo maestro Antonio Machado, su cuerpo será camino, le dará verde a los pinos y amarillo a la genista.