Todos conocemos el famoso pasaje bíblico de David y Goliat. Es muy animante ver que no siempre gana el poderoso, el grande, el fuerte. En ocasiones, en más de las que nos imaginamos, el que es astuto y ligero puede hacer sucumbir al enorme y poderoso.

La actual situación social y política, como no podía ser de otro modo, suscita gran cantidad de comentarios, tanto orales como escritos en torno a la necesidad de regeneración y renovación política. Quisiera destacar, en relación a esto, un reciente artículo de Juan Antonio Megías García publicado en este diario el 3 de febrero, que me ha servido de motivación para escribir el mío, en el cual se acomete una oportuna reflexión sobre regeneración y renovación, equiparando la pugna de David y Goliat a la actual situación política, donde Goliat representaba a PP y PSOE mientras que estos partidos nuevos y chiquititos venían representados como David. Esta acertada equiparación, puede ser utilizada para profundizar acerca de la realidad política actual más allá de la pugna electoralista.

Por un lado nos encontramos con Goliat, grande, fuerte y temible por su forma de proceder, pero, a su vez, torpe, lento y con una estructura pesada (su armadura pesaba unos sesenta kilos) ¿Y eso a quién recuerda? La espada de Goliat, bajo cuya amenaza nos encontramos, ¿será la Administración pública en general o los partidos políticos? Porque no es lo mismo y convendría no confundirlos.

En estos últimos años de crisis hemos podido observar como los dirigentes públicos, a cualquier nivel, han tenido que agudizar el ingenio, inventando nuevos impuestos, redefiniendo hechos imponibles, haciendo lecturas inmorales, pese a legales, de las normas, buscando incrementar la recaudación. Al igual que todos tenemos un familiar o un amigo o un vecino en el paro, todos conocemos a alguien al que últimamente o le ha caído una sanción o le han revisado el valor catastral o le ha llegado una notificación y, con ella, y sobre todo porque el coste que supone reclamar es superior, se ha visto obligado a pagar más impuestos al fisco.

Quienes reivindican la necesidad de regeneración política suelen enumerar una serie de acontecimientos, vividos en primera persona, en los que se pone de manifiesto, más pronto que tarde, la desazón ante la sobredimensión del sector público, obligando para su mantenimiento a la maximización en la utilización de herramientas confiscatorias para poder pagarlo.

Todo lo que la Administración pública hace, lo paga con nuestro dinero, con el dinero que previamente hemos ganado cada uno con nuestro trabajo. Desde los sueldos de los políticos (que considero que son bajos) hasta el préstamo que hemos otorgado a los griegos y que con una bondad pasmosa muchos quieren condonar (qué bien vendría ahora que se hiciera un referéndum con una casilla en la que se obligara a cada ciudadano a indicar la cantidad extraordinaria que quiere que le quiten al mes, de su sueldo, para enviarla a Grecia). Todo sale de nuestros bolsillos como bien reconocen los políticos cuando nos piden sacrificios.

Pues bien, de lo que se trata es de aceptar de una vez por todas que el Goliat, torpe, pesado e ineficaz, al que tenemos que someter a dieta y convertirlo en un David, es el Estado, su sobredimensionada estructura y funcionalidad y la necesaria regeneración viene por ahí. Necesitamos una regeneración ideológica, por la que todo el mundo clama y que nadie se atreve a liderar.

Todos, absolutamente todos los ´nuevos partidos políticos´ simple y llanamente están queriendo hacernos ver que ellos pueden hacer que el Estado (Goliat) sea más grande y más fuerte, y que, gracias a su protección, nadie va a osar a privarnos de eso que llaman bienestar. Tan importante será esa protección que hasta nos ahorran pensar, diciéndonos hasta lo que tenemos que querer y como tenemos que conseguirlo. Para eso van a estar vigilantes y van a disponer de una espada más robusta y afilada que la que actualmente pende sobre nosotros cuellos (y bolsillos).

Nuestra necesidad es otra, necesitamos a David, que nadie lo está encarnando, necesitamos dinamismo, facilidad para crear empresas, facilidad para contratar, menos trabas en la Administración y, por supuesto, muchos menos impuestos de los que estamos soportando, limitando el papel protagonista y decisorio de la Administración pública para interferir en el discurrir individual de cada uno. Es injusto pagar tantos impuestos.La decepción que supondría comprobar la ineficiencia práctica de determinados mensajes, por muy bonitos que parezcan y por mucho que lo repitan en determinados programas de televisión, podría llegar a provocar una auténtica ruptura de nuestro actual sistema de convivencia, y es que, en palabras de Adam Smith, «no puede haber una sociedad próspera y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados».