No sé cómo estarán las cosas en el PSOE de Madrid en el momento que se publique esta columna. Probablemente habrán cambiado muy poco, respecto al miércoles y respecto a tiempos inmemoriales. Es una vieja tradición.

Cuentan que Josep Tarradellas, siendo presidente de la Generalitat en la transición, recomendó al socialista Josep Maria Triginer, uno de sus consejeros en el Gobierno provisional catalán, que no se preocupara por una crisis en la FSM (Federación Socialista Madrileña) que requería su presencia inmediata. «Si es por eso», le dijo Tarradellas, «no hace falta que vaya usted. Los socialistas de Madrid están en crisis por lo menos desde 1931».

Y así es y así ha sido, desde los líos últimos del final de la guerra incivil cuando un ingenuo Besteiro, con la compañía del anarquista Cipriano Mera, y el brazo ejecutor del felón militar coronel Casado, asestaba un golpe de muerte a la agonizante República que dirigía con valentía y denuedo Juan Negrín, pactando una rendición con Franco, que era como pactar con el diablo la salvación del alma. Lo cuenta muy bien, y muy crudamente, Paul Preston en su último libro, El final de la guerra (editorial Debate). Después vendrían los líos del interior con el exterior, las envidias de Pablo Castellano con aquel chico elegido en Suresnes secretario general, Felipe González, con el que el visionario abogado extremeño creía que el PSOE nunca llegaría a nada. Y Gómez Llorente, y Paco Bustelo, y Tierno Galván, alcalde malgré soi, y Leguina, disidente de todas las disidencias pero siempre tocando los cojones, y Acosta y sus guerristas, y el pobre Simancas, al que engañaron como a un chino Pepe Blanco y los suyos, con unas listas putrefactas en 2003 que dieron lugar al tamayazo y a la entronización de Esperanza Aguirre como presidente€

La lista es larga y aburrida. Le contaba hace más de una década Felipe González a Juan Luis Cebrián, en un libro-conversación hoy probablemente prescindible por lo que ambos personajes han hecho después, que había dos cuestiones en las que voluntariamente no se había metido: arreglar el partido en Madrid y reconocer y recompensar a los perdedores de la guerra y a las víctimas del franquismo. Y así les ha ido y así les va, a los socialistas madrileños y de toda España, a la izquierda en general, a la que puede gobernar y hacer algo por los demás, aunque sólo sea un poquito.

Seguiremos.