Cuando ves lo que pasa a tu alrededor. Cuando descubres los hospitales en los que los médicos no pueden recetar medicinas a sus pacientes porque los burócratas les dicen que no hay dinero. Cuando te enteras de que en las universidades los profesores se jubilan y no se contratan nuevos, sino que se amontonan los alumnos en aulas cada día más atestadas. Cuando ves que hay uno, que hay diez, que hay cien, que hay miles de hijos de Satanás que tienen coche oficial, y tarjeta de crédito oficial y un trabajo oficial en el que no producen otra cosa más que basura oficial y con lo que ellos depredan se podría elevar la pensión de mi madre, de la tuya, de la de ellos si los hijos de perra tuvieran madre conocida.

Dan ganas de prenderle fuego al mundo y que arda por los cuatro costados. Que las ratas huyan de los Parlamentos, que las columnas prendan como azucarillos lanzados a la hoguera, como los libros que no quieren que leamos, como los platós con cuya miseria nos embotan, como sus vientres de criaturas horripilantes procedentes del más negro averno del egoísmo y la ignorancia.

Porque hay días en los que las buenas personas temerosas de Dios se levantan deseando que el gran Satán camine sobre la tierra y queme el universo. Hay días en los que te levantas adorador del diablo y deseas que los Jinetes cabalguen ya entre nosotros y se lleven a tantos que en lugar de corbata deberían vestir rabo, en lugar de traje cuernos, en lugar de seriedad profesional, maldad infernal. Hay días y hay días.

Momentos en los que te acuerdas de que hay sociedades que dejan pudrirse a sus enfermos de hepatitis mientras les pagan los taxis a sus diputados. Sociedades donde los niños están malnutridos y en los parlamentos se subvencionan las comidas y los licores, pero no el lenocinio porque ese ya va implícito en el cargo.

Hay días en los que ni tu piel valoras y quieres que la tierra se abra y todo se lo traguen las llamas. Te sientes cabreado. Te sientes jodido por completo. Y no quieres palabras, ni primas de riesgo que bajan, ni la confianza recobrada, ni miles de miserables que ya no hacen cola en el paro, sino que malviven con trabajos de esclavo. Quieres fuego. Quieres venganza. Quieres una guillotina y bañarte en sangre ajena. Y lo quieres ya.

Porque dan ganas de dibujar estrellas invertidas en el suelo y llamar al Gran Macho Cabrío. Dan ganas de apelar al Caído, al Portador de la Luz, al Orgulloso. Dan ganas de sentir el aceite hirviente deslizándose por tu piel mientras prendes fuego a sus números que olvidaron a las personas, a sus especulaciones que sustituyeron las almas por dividendos, que violaron las ideologías por las rentabilidades, que sumieron el mundo en el caos e hicieron negocio de ello. Hay días, vive Dios, en los que lo único que deseas es recordarles que quien siembra vientos recoge tempestades. Hay días en que una corriente fría te recorre el espinazo y te dice a la mierda lo que sabes, a la mierda la lógica, a la mierda la sensatez y la cordura. Fuego. ¡Dales fuego a esos hijos del mal! Que vean el mundo en llamas y que sepan que no hay donde escapar. Al fin el caos llamó también a su puerta.

¡Quema el universo! Y que no escape ni uno. Mira a Satán caminando entre nosotros. Sus fauces encendidas. Sus patas peludas aplastando raíces podridas. Mira a mi hermano sonriente y desquiciado. ¡Dadme un caballo llamado Tempestad! Hoy segaré mil cabezas humanas. De especuladores, de políticos corruptos, de estadistas miserables. De seres que sólo tienen una pantalla y en ella números y en ellos curvas que suben y bajan. ¿Dónde dejaron a las personas? ¿Dónde a los niños desahuciados, dónde los sueños rotos, donde las vidas quebradas? Yo te lo diré. Los dejaron en ese rincón. En esa esquina. En esa pila de basura a la que el demonio acaba de prenderle fuego y de donde les lleva manojos de llamas a las cunas de sus hijos. Para que los disfruten. Para que saboreen el sabor del miedo.

La caza del orgullo. El perdido. El que nos robaron. Porque hay días en los que a los razonamientos bien les pueden dar allí donde más les duela. Días en los que no te apetece ser sensato. Días en los que llamar a la revolución te parece una mariconada y lo que te pone es apelar al Apocalipsis. El maldito fin del mundo en el que olas de lava se lleven la escoria que ensucia nuestras calles y viste mocasines.

Pero, atención. Una vez liberemos al Gran Satán ya no habrá vuelta atrás. El mundo entero arderá. Vuestras casas. La mía. El mar arderá como si de fuego estuviera hecho. Todo volará por los aires y nada salvo el recuerdo quedará de este tiempo corrupto. ¿De verdad queréis el caos? ¿De verdad ansiáis el desorden y la destrucción? ¿No será que envidiáis al amo y los esclavos queréis substituirle en el uso de la fusta?

No acabo de creer en vosotros, conejitos. No acabo de veros claro. Algo, tal vez el cosquilleo del tenedor de mi amigo el de los cuernos y la mirada esmeralda, me dice que no sois sinceros. Que vuestras apelaciones a la hermandad son a hacer el primo. Que vuestros gritos de igualdad terminarán con un algunos más que otros. El cerdo Napoleón. Ya lo dijo aquel. No te fíes ni de tu sombra, pecador irredento.

Ratitas, ratitas. Mirad como abro las calderas. Mirad como prenden los maderos. Todo arde. Todo quema. Antes de que os deis cuenta habrá llegado el momento. El día de prenderle al fin fuego a este cuento.