De entre todos los cuentos que leía de pequeño, había uno que me aterrorizaba particularmente. Era la historia de Pandora, una niña que, desobedeciendo los consejos paternos, abría un cofre y de éste escapaban los innumerables males que hasta entonces los dioses habían mantenido a buen recaudo. La situación para nosotros, niños amaestrados en la mitología nacionalcatólica, no era nueva. Ahí estaba Eva que nos llevó a la ruina por su desmesurada afición a las manzanas. No era lo que sucedía en el cuento lo que realmente me aterraba, sino el dibujo que lo ilustraba. La tapa del cofre estaba medio abierta pero de éste no salía nada. Eran los ojos de la niña, al contemplar su interior, su mirada, lo que evocaba el espanto.

Desde entonces, cada vez que los dioses, reconvertidos en dirigentes del FMI, el Banco Mundial o Consejo de Administración de las mayores multinacionales del planeta, se plantean el destino de la humanidad a cambio de beneficios y hacen como hizo Zeus, quien a través de la mano de la niña liberó a todos los males para castigar a los mortales por haber aprendido el fuego, acude a mi memoria el rostro espantado del dibujo del cuento de mi niñez.

Sucedió en Colombia en las últimas décadas del siglo pasado. Había que acabar con la guerrilla antes que las ideas de soberanía, igualdad y justicia social se extendieran por todo el continente americano y se recurrió a la Mafia. La Escuela de las Américas o el Mossad surtieron de instructores militares a las fuerzas del narcotráfico. El problema es que cuando la batalla quedó en tablas y se inició una nueva época de pactos, el ejército de sicarios surgido del lodo de los intereses financieros de las multinacionales, ya tenía vida propia. Se abrió el cofre de Pandora en forma de asesinatos, coches bomba, secuestros, atentados indiscriminados, amenazas, terror€

En Afganistán dieron una vuelta de tuerca más. Al fin y al cabo se trataba de la guerra entre dos imperios. La CIA y varios Gobiernos occidentales, armaron y adiestraron a los llamados mujaidines en contra de las fuerzas soviéticas y a favor de las multinacionales del petróleo. Luego, años más tarde, cuando la guerra de los Balcanes, esos mismos grupos, germen de los talibanes, fueron utilizados contra Serbia para lo cual fletaban aviones cargados de integristas ayudando a globalizar sus ideas retrógradas y aún más, proporcionándoles terribles instrumentos con los que llevar a cabo su barbarie.

Que el peligro existía, ya lo sabían. Que se les podía escapar de las manos, también. Pero mientras estaban ocupados en las diferentes guerras, no se percataban del saqueo al que sus países eran sometidos. Además, cuando hiciera falta someterlos, la superioridad militar del Primer Mundo llevaría la victoria al lado de los buenos, esto es, a nosotros.

Eso pensaban analistas y expertos en sus cábalas secretas. Pero se equivocaron. Cada bombardeo en Irak, Siria o Afganistán da a luz a un batallón de descerebrados asesinos. Se abrió la caja de Pandora y ahora nadie sabe cómo cerrarla. Nos queda solo el espanto.

Aunque también la esperanza basada en que algún día lleguemos al convencimiento de que esta locura no se cura por la fuerza, sino por el justo reparto de los bienes.

Benito Rabal

Águilas, febrero de 2015