En los últimos días muchas y muchos hemos celebrado la victoria de Syriza en Grecia como un primer paso, ilusionante, hacia el cambio político. Frente a las absurdas profecías que repetían una y otra vez que la única forma de salir de la crisis era repetir las mismas fórmulas que nos habían conducido a ella, los griegos y las griegas han demostrado en las urnas que sí se puede, que es posible movilizar una alternativa democrática que ponga la economía al servicio de la gente y no a la gente al servicio de la economía. A pesar de las enormes diferencias entre ambos países, en España, y especialmente en Murcia, podíamos sentirnos identificadas con Grecia porque casta lleva mucho tiempo aquí también jugando con nosotras. Jugando con el sur de Europa como si fuéramos un peón, una pieza de segunda, un sirviente. Podíamos sentirnos identificadas con Grecia porque nosotras tampoco queremos seguir conformándonos con ocupar ese lugar secundario al que nos han relegado; conformarnos con ser las sirvientes de una España y una Europa de ricos que siempre va a necesitar criados. Nos sentíamos identificadas con Grecia, porque también aquí, queremos acabar la partida y decir basta. Queremos empezar otro juego en el que saquemos las fichas marcadas con las que se ha estado jugando hasta ahora y planteemos reglas nuevas; claras y justas.

Sin embargo, nuestro entusiasmo no ha tardado en rebajarse varios enteros al conocer la composición del nuevo gobierno de Alexis Tsipras. Ni una sola mujer en sus filas. Una vez más, la mitad de la población ha sido relegada a una esquina del tablero. Y ni podemos ni debemos quedarnos calladas ante esta incomprensible regresión social en lo que parecía que iba a ser un gran salto político hacia adelante.

Si desde Podemos pedíamos nuevas reglas de juego para reducir las diferencias entre ricos y pobres, y no para aumentarlas, no podemos sino exigir lo mismo para las mujeres. Si desde Podemos pedimos que Grecia y España y Murcia tengan la voz y la entidad que se merecen, no podemos sino exigir lo mismo para las mujeres. Todo lo que pedimos, lo que a una amplia mayoría social le parece justo: que nuestros impuestos se utilicen para proporcionar servicios públicos y no para pagar deudas privadas, que nuestra economía no esté al servicio de intereses extranjeros, que no vengan desde fuera a decirnos cómo somos, o cómo deberíamos ser, para que los mismos de siempre sigan engordando su cuenta de beneficios, mientras la gran mayoría social es cada vez más pobre€ todo eso no puede llevarse a cabo sin el concurso de la mitad del pueblo, sin el concurso de las mujeres.

Como la crisis, el tema de la mujer no es un fenómeno atmosférico. Ni siquiera es un fenómeno natural. Somos seres humanos. Y, como dijo Ortega, el ser humano no tiene naturaleza, sino historia. El tema de la mujer es un fenómeno cultural, histórico; político. Para conseguir la igualdad no basta con esperar a que la sociedad se equilibre por sí sola, no basta con buenas intenciones. Hay que tomar, como en todos los demás ámbitos de lo humano, decisiones políticas. Decisiones políticas que cambien las estructuras patriarcales que someten a las mujeres.

Decisiones políticas que, desde las instituciones, asuman su responsabilidad de género en dependencia, en fiscalidad, en servicios sociales, en espacios y medidas para la conciliación€

Es esta una crítica que no solo debemos hacer al nuevo Gobierno griego. No podemos ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. En un partido con vocación de ser radicalmente democrático como Podemos, por ejemplo, también se ha criticado, con razón, la escasez de mujeres en los órganos de dirección. Tal y como demuestra la historia más reciente, no basta con incentivar la presencia de mujeres en la base de nuestras organizaciones. El techo de cristal existe y corremos el peligro de que, si no hacemos algo, sea cada vez más grueso. Es por eso que creemos que esa presencia se debe extender también a los cargos de máxima responsabilidad. Porque entendemos que no podemos dejar fuera de ningún ámbito a la mitad de nuestra sociedad. Porque un cambio sin las mujeres siempre será un cambio a medias.