Si alguna vez me ven pasear por la calle con una matrícula en el culo, no se preocupen: no me he vuelto loco, sencillamente me estoy adaptando a la nueva normativa que quiere implantar la dirección general de Tráfico. Según parece, la DGT pretende que se apruebe un reglamento que limite la velocidad de los peatones y que les obligue a someterse a controles de alcoholemia. Según el artículo 48,5 del texto: «Los vehículos en los que su conductor circule a pie no sobrepasarán la velocidad del paso humano y los animales que arrastren un vehículo, la del trote». Por ahora, nadie conoce ningún vehículo en el que se circule a pié, pero en la DGT son tan avanzados que llaman así a lo que la gente vulgar como yo llama peatones.

Esto supondría, como es obvio, la prohibición de correr, que por fin pasaría de ser un deporte a ser un delito. Del mismo modo, la DGT pretende que los peatones sean obligados a someterse a una prueba de alcohol o drogas en el caso de verse implicados 'directa o indirectamente' en un accidente. Es decir, que ya no se podrá tomar alcohol en bodas, fiestas o bautizos por el riesgo a ser testigo de un accidente y encima ser multado.

Además, el concepto de droga que maneja el reglamento es tan amplio que abarca desde la heroína hasta la codeína, que es la base del jarabe para la tos. Así que, además de la matrícula, si queremos estar seguros deberemos llevar también las recetas.

Evidentemente, soy un fiel defensor del comportamiento cívico de los ciudadanos, tanto de peatones como de conductores. Sin embargo, la DGT se ha convertido desde hace ya muchos años en un despropósito. Su ineficacia y su ineptitud se deben principalmente a su obsesión por legislar todo lo habido y por haber con una finalidad únicamente recaudatoria. Recuerdo que hace unos años, cuando viajaba por una autovía, vi a un conductor que circulaba con una pierna por fuera de la ventanilla, mientras el gilipollas que llevaba al lado se reía como un imbécil. Al ver semejante imagen, me detuve en una zona segura y llamé a la Guardia Civil de Tráfico. Según sus indicaciones, yo tenía que acudir al cuartel más cercano y denunciar al conductor del vehículo. Eso sí; unos kilómetros más adelante un coche camuflado estaba apostado en una cuneta para poner multas por exceso de velocidad, que es lo importante.

Asociar solo velocidad y alcohol que también con siniestralidad es un gravísimo error. Está claro que España cuenta con una de las mejores redes de carreteras de todo el mundo. Eso es innegable. Pero muchas de ellas pecan de falta de mantenimiento y puntos negros muy peligrosos. En el año 2013 se detectaron 597 puntos negros en los que hubo 2.621 accidentes con 4.018 víctimas: 32 fallecidos y 3.986 heridos. Esto supone el 9,6% de los accidentes, el 3,2% de los fallecidos y el 9,5% de los heridos totales.

A pesar de estas cifras, la DGT no se ha preocupado lo más mínimo de solicitar con urgencia la mejora de esos puntos negros, y ni siquiera se ha molestado en colocar radares en esas zonas. Los radares están en las autovías, donde la siniestralidad es la más baja. Si realmente le preocupa bajar la siniestralidad, la DGT debería comenzar a analizar estas cifras y no solo regodearse con los enormes beneficios que a costa de nuestros bolsillos les aportan sus radares.