El beneficiario de la muerte es el muerto en muchos casos de suicidio, si su vida es una mierda o así la siente. En el caso del fiscal argentino Natalio Alberto Nisman no se da ese beneficio propio „el hombre tenía ambiciones„ y sí muchas ajenas: la presidenta Cristina Kirchner sólo es una. Nisman investigaba el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (85 muertos en 1994) y hace dos semanas declaró que Cristina Kirchner y el ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Timerman, acordaron ´la impunidad de Irán´ antes de la firma de un tratado de cooperación comercial. La declaración hizo alzar las orejas puntiagudas de los doberman del espionaje argentino, estadounidense, iraní e israelí. Nisman apareció muerto de un tiro en la cabeza hecho con su pistola calibre 22 en el baño de su casa de divorciado, el lugar más íntimo, retirado y fácil de limpiar.

Con los suicidas ´suicidados´ por el espionaje se podría hacer una población fantasma de cierta entidad en la que se avecindaría gente interesante y bien informada. La población no existe pero los fantasmas, sí. A Tony Blair le acompañará siempre David Kelly, el científico que filtró a la BBC que el informe sobre la tenencia de armas químicas de destrucción masiva en manos de Irak era exagerado. En ese informe se basó la guerra de los sonrientes Bush, Blair y Aznar „tres malos bichos„ que sigue hoy en forma de terrorismo. En su día, Kelly fue descubierto como fuente y presionado como ciudadano y apareció muerto en un bosque cercano a su casa en unas circunstancias equívocas que el informe oficial ni atendió ni resolvió cuando dictaminó suicidio.

Un periodista le preguntó a Tony Blair si tenía las manos ensangrentadas y al premier británico se le puso una expresión de susto que aún conserva en su huida loca y millonaria.

Los suicidas cuya muerte beneficia tanto a otros mueren fatal. Pasan los años y no hay manera de matarlos.