Se acaba el ciclo de la Navidad; algo nuevo empieza sobre las cenizas y los fuegos de lo pasado, del mínimo recuerdo tan cercano y extremo a un tiempo. Aurora. Nombre murcianísimo. Aurora, palabra hermosa en esta tierra de Murcia para madre, hija o hermana; denominación de origen de mañana, de luz primera, prima hermana de alba. Y de Aurora, despierta. Y encadenando emociones, Auroros. Voces al amanecer del día que anuncian recuerdo infinito a los hombres y mujeres de este palmo cultivado, que rezan cantando, sin olvido posible. Esa es la consecuencia de la memoria imperecedera, la ausencia de vacío ausente. En las primeras horas del día, por los carriles en laberinto de nuestras huertas, un grupo de hombres los caminan iluminados por la llama tenue de un farol y la guía aguda de una campana mínima y de mano que voltea su sonido al ritmo del paso silente. En casi procesión que, entre dos luces, producía sobresalto en los sueños de los niños murcianos de todos los tiempos.

Así se ha ido conociendo la música antigua de la Aurora o Despierta. Todo está en los libros del gran especialista en el tema que lo fue, conservador de esa hermosa tradición ancestral, don Carlos Valcárcel Mavor, autor de ensayos y ediciones, también de grabaciones inéditas de algunas interpretaciones al borde de la desaparición, sino hubiese sido por su cuidado y sensibilidad. Auroros que guardaron el patrimonio cultural de sus raíces íntimas, durante siglos. Campana de Auroros en las imágenes irrepetibles del doctor Ángel García García que las rodó para su Nocturno Huertano, con la agrupación del escultor Garrigós, de ilustre memoria y recordada generación de artistas murcianos de los años veinte. Estábamos en 1956.

Sensaciones que se reparten por las distintas pedanías y humedades de la noche, hielos y escarchas que empapan los alientos de las voces, que tiritan el ánimo de los tristes. Escribo desde la debilidad de la desesperanza en el ser humano, desde el dolor y la angustia de las fugaces luces de la alegría. La música de la Aurora es un lamento, un quejido solemne en la madrugada de los días cortos. Un llanto que acompaña la destemplanza del frío. Santa Cruz, Rincón de Seca o Javalí Nuevo o el Viejo (perdón por los olvidos involuntarios). Se ruega, se palpita, se ora pidiendo templaza en el dolor y en la añoranza. Ciclos fructíferos de Difuntos, de Pascua, de Pasión. No es la Aurora luz de verano encendido. Y siempre su tesoro musical, de una joya no siempre valorada en su justa medida, de un raro vestigio antiquísimo de impresionante belleza y expresividad, que debe ser conservado y mimado, acariciado, por su condición histórica formidable. Es la permanente evocación de lo perdido y extrañado. La dulce melancolía incolora de la desesperanza.