Cuando mi hermano y yo éramos pequeños, a mi padre le encantaba leernos textos que encontraba en los periódicos, en las revistas o en la infinidad de libros que tenía. Por la noche, reunidos todos en el salón, mi padre contaba historias inimaginables. Hace ya muchos años, no recuerdo si 25 o 30, mi padre nos leyó un texto que aún hoy conservo. Se trata de una historieta que ya por entonces ejemplificaba a modo de relato cómo éramos los españoles. El texto decía algo así:

Cuentan las crónicas que se celebró una competición de remeros entre dos equipos, uno compuesto por funcionarios de los servicios de la Administración central española y el otro, por funcionarios de la Administración pública japonesa. En cuanto se dio la salida, los remeros japoneses empezaron a alejarse de los españoles desde el primer momento. Finalmente, el equipo japonés cruzó la meta ni más ni menos que con una hora de diferencia sobre los españoles. De vuelta a casa, los ministros españoles se reunieron en el Gobierno Civil para analizar las causas después de tan bochornosa actuación. Tras varios análisis publicaron la siguiente conclusión: «Tras sutiles investigaciones se pudo detectar que en el equipo japonés había un jefe y diez remeros, mientras que en el equipo español había diez jefes y un remero, por lo que para el año próximo se tomarán las medidas adecuadas».

Al año siguiente, el equipo japonés y el español volvieron a enfrentarse. Tras darse la salida, el equipo japonés nuevamente se distanció del español desde la primera remada. Al cruzar la meta, el esquipo español llegó esta vez con dos horas y media de retraso. De vuelta a casa, los ministros españoles volvieron a reunirse en el Gobierno Civil para analizar las causas de la debacle y llegaron a la conclusión de que el equipo nipón se compuso en esta ocasión de nuevo de diez remeros y un jefe, mientras que tras las ingeniosas medidas adoptadas el año anterior, el equipo español se compuso de un jefe, nueve asesores y un remero, por lo que dictaminaron que el remero era un incompetente y decidieron tomar nuevas medidas.

Al año siguiente, el equipo japonés y el español volvieron a enfrentarse, luciendo el equipo español una espectacular trainera diseñada por el propio ministerio de Cultura. Tras alcanzar la meta, el equipo español cruzó con cuatro horas de retraso. Finalizada la regata y a fin de evaluar los resultados, se celebró una reunión del Gobierno en pleno llegándose a la siguiente conclusión: «Este año, el equipo nipón, sin ningún esfuerzo de imaginación, optó una vez más por una tripulación tradicional, formada por un jefe y diez remeros, eso sí, mucho mejor entrenados que el año anterior. Por su parte, el equipo español, tras una auditoría interna y dos externas, así como el asesoramiento del propio presidente, optó por una formación mucho más vanguardista y se compuso de un jefe, siete asesores con gratificación especial, un sindicalista liberado y un remero, al cual se le trató de incentivar castigándole sin gratificación por el enorme fracaso del año anterior. Tras varias semanas de reuniones se acordó que para los próximos años, una de dos; o se camuflaba un motor fueraborda en la trainera o bien se jubilaba al cabrón del remero».

De esta historia han pasado treinta años. Pero solo eso, treinta años. Por lo demás, seguimos en lo mismo.