Del aparente idilio entre algunos medios televisivos y los representantes de Podemos, especialmente de Pablo Iglesias, pero también de Errejón, Bescansa o Monedero, hemos pasado a un ataque indiscriminado y universal, desde estos mismos medios, no sólo al proyecto sino a las personas a que antes mimaban. Preguntarse qué ha pasado es demasiado ingenuo. Ha pasado lo que tenía que pasar. Por una parte, no es difícil sospechar que estamos ante una estrategia bien diseñada: subir a los personajes bien alto para después despeñarlos, inflar el globo Podemos para después pincharlo. Por otra parte, el discurso crítico de Pablo Iglesias y de sus compañeros en el proyecto ha perdido el atractivo y el efecto inicial; un efecto que era doble, porque tanto sumaba a los indignados como alarmaba a los productores de la indignación.

Los propios protagonistas deben ser conscientes de este desgaste porque ellos mismos se han retirado a un segundo plano.

Considerar que el ataque masivo en los medios y, a la vez, la estrategia de retirada de los mismos como prueba del principio de la decadencia de un fenómeno que no podría sostenerse por falta de fundamento, es una ligereza en la que, dada la situación en la que estamos, creo que no deberíamos caer. Dicho de otra manera, creo que nadie que no tenga intereses indefendibles públicamente, debería alegrarse de que el fenómeno Podemos pudiera ser un espejismo, porque, en definitiva, Podemos somos todos, al menos todos los que defendemos el derecho a una vida digna y a una política decente.

El objetivo de Podemos, como no se cansan de repetirnos sus representantes, no es ocupar las pantallas de televisión, sino llegar a gobernar este país. En el camino hacia este objetivo habrá que despejar varias paradojas. La primera es que para lograrlo, incluso para intentarlo, sí que hace falta la colaboración de los medios que, por pura lógica, no les pueden ser afines. La segunda paradoja es que para competir políticamente, hace falta una organización y un proyecto político que encajen en el sistema, cuando el sistema es justamente lo que se cuestiona.

A Podemos se le critica todo. Se le critica que no tiene programa y, obviamente, esta crítica sólo puede referirse en relación a las próximas convocatorias electorales que, por orden cronológico son las municipales, las autonómicas y las generales, porque ningún partido político tiene un programa universal e intemporal. La pregunta es qué partido tiene ahora, en el momento de la crítica, un programa para esas mismas elecciones y la respuesta es ninguno. Luego la crítica es insolvente. Pero sorprendentemente a Podemos también se le critica por lo contrario, por tener un programa que es, según se dice, irrealizable por utópico o bien es realizable pero propio de la peor dictadura comunista o bien resulta que después de tanta coleta es sólo un programa socialdemócrata. Sin embargo, la crítica más extendida, la que más gusta a nuestros políticos es la de que las propuestas de Podemos son demagógicas.

¿Qué es demagogia? Primero, si existiera un termómetro para tomar la temperatura a la demagogia, por una simple cuestión de nomenclatura, un partido que se llama a sí mismo Partido Popular, como el que hoy nos gobierna por voluntad de la mayoría, tendría que estar en la UCI.

Tampoco estaría libre de fiebre un partido que se llama Socialista y Obrero cuando no es socialista sino, en su versión más radical, social-demócrata y cuando cada vez que gobierna traiciona a la clase obrera. Segundo, por definición, si la demagogia consiste en engañar al pueblo diciéndole lo que quiere oír, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que justo eso es lo que hacen los partidos del sistema en todas y cada una de las campañas electorales, decirles a los ciudadanos lo que quieren oír y ofrecerles aquello que saben que no darán, aquello que no tienen intención de dar, con el único objetivo de conseguir sus votos.

Yo no sé si Podemos llegará algún día a gobernar este país; lo dudo, porque lo tienen todo en contra, pero al menos, que no es poco, han conseguido hacer temblar las poltronas y poner nerviosa a la ´casta´. Lo que sé es que si el intento fracasa, el fracaso será nuestro, de todos. Y si me vengo arriba, podría decir incluso que en la desconfianza hacia Podemos hay una desconfianza hacia nosotros mismos, hacia nuestra capacidad para gobernarnos y hay también miedo a la democracia. Nos falta costumbre.