Los casos terribles de pederastia que tiene actualidad por el caso del arzobispado de Granada con la actitud del obispo Francisco Javier Martínez y la indemnización de 105.000 euros a un diácono ordenado por el arzobispo de Zaragoza Manuel Ureña, quien fue obispo en Murcia, en un asunto turbio y no aclarado de acoso, me hace retroceder al pontificado de Juan Pablo II porque su actitud fue encubrir y tapar los casos de pederastias en la Iglesia; aún recuerdo dolorosamente el apoyo incondicional a los Legionarios de Cristo y el ascenso de los mismos en la curia vaticana ¡tristísimo! cuando en sus seminarios los abusos a menores eran frecuentes. A Juan Pablo II se le ha hecho santo y todavía no sé en nombre de qué, sobre todo porque castigó a todos aquellos que hicieron de la justicia social y la defensa de la dignidad humana un compromiso desde su fe. Benedicto XVI siguió su línea ultraconservadora, pero luchó para atajar los abusos de menores dentro de la Iglesia, aunque no pudo y esa fue uno de las razones para dimitir por sorpresa.

La actitud de tapar estos casos, incluso en contra de las instrucciones claras y contundentes del papa Francisco, viene porque son obispos con el talante de Juan Pablo II: conservadores, apegados al poder económico, defensores de la derecha política y antiizquierdas, que se consideran dioses en la medida que piensan y sienten que sus decisiones están inspiradas por Dios ¿decidir ocultar los abusos de menores y no hacer nada con lo cual se sigue fomentando la pederastia está inspirados en la voluntad divina? ¡Dios mío! La actitud del arzobispo de Granada Javier Rodríguez es paradigmática en este sentido, no hacer caso y dejar pasar las denuncias, a pesar del testimonio de la víctima y la llamada desde el Vaticano para tomar carta en el asunto sin dilación. No es de extrañar que la Conferencia Episcopal Española haya hecho unas declaraciones genéricas sin más. Lo dicho, son obispos de Juan Pablo II y lo tienen muy claro.

Hay muchos obispos, no todos, sin evangelio, obsesionados con el poder, pensando que sus diócesis son ellos, como si fuera su reino. Es casi imposible el diálogo y el encuentro, la interpelación y la corrección, solo el ordeno y mando, favoreciendo a los grupos espiritualistas y desencarnados, y que en la sociedad sólo les preocupara la moral sexual en un sentido restrictivo. Son obispos casados con las élites económicas, financieras y políticas. Les preocupa los formalismos ritualistas, las vestimentas identificando el lujo y el confort con la dignidad sacerdotal y la construcción del Reino de Dios con la construcción de templos y todo el dinero para los templos y hacerlos más lujosos.

Estos obispos no nos representan, no podemos estar en comunión porque el Dios de los empobrecidos ha sido sustituido por el Dios de los enriquecidos, los becerros de oro han sustituido a los sufrimientos humanos. Estos obispos se sienten atacados y perseguidos por la sociedad, en vez de sentirse interpelados. ¿Por qué la Conferencia Episcopal Española no ha sacado un documento claro y contundente sobre las causas de esta crisis? Porque son muy amigos de los que la han provocado, y como están atrapados en el poderoso dinero y no lo reconocen han buscado la excusa de que los temas sociales son muy complejos. ¿Dónde tienen el evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia? Quieren una fe que sea mera doctrina para legitimar el capitalismo, es decir, a los capitalistas, a este sistema que mata y excluye. Esta manera de ejercer el ministerio episcopal supone una perversión del propio ministerio episcopal que es un servicio a la comunidad diocesana para que seamos Buena Noticia para los pobres y hagamos una Iglesia pobre y con los pobres, entrando en conflicto con los banqueros, grandes empresarios (multinacionales) y políticos cómplices.

Creo que la Iglesia debería caminar hacia una Iglesia comunitaria fundamentada en el Dios trinitario, con una clara opción por los empobrecidos, abierta a la sociedad desde el encuentro sincero y el diálogo continuo, promotora de la paz, la fraternidad, la reconciliación, la solidaridad y la justicia social, con una visión positiva de la sexualidad como expresión del amor y la ternura, donde la mujer pueda acceder a los ministerios igual que los hombres y que el celibato sea opcional. En definitiva, una Iglesia que se despoja de sus ropajes, sus formalismos, su jerarquización para estar al servicio de la humanidad y contribuir desde nuestra fe a humanizar la vida.

En el evangelio de Mateo se dice: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?» [aquí se podría añadir perfectamente ´o con abusos a menores´]. «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo». Este debería ser el programa de vida de la Iglesia y de las naciones, pero seguimos enriqueciendo a los ya enriquecidos y legitimando desde la fe al capitalismo que por definición es destrucción. Tenemos el reto de cambiar las cosas en la sociedad y en las diversas instituciones. ¡Ojalá sea posible y cuanto antes! Para acabar con tantísimo sufrimiento.