A Pepe Espinosa

Estoy hecha de arterias / igual que las ciudades (...) en todas las atalayas / que intentara Walt Whitman (...) midiendo lo impotente, lo indefenso y lo serio».

Con estas palabras, como una ciudad poliédrica y desde aquel cosmos del poeta que gritaba Manhattan, nos convocaba Carmina Cásala en el Museo Ramón Gaya, en un ambiente poético donde José Espinosa, con los suyos, se sabía los poemas de memoria. No faltaron a la cita el pintor Vicente Ruiz y la escultora Ángeles Espinosa que, dicho sea adelantando noticia, preparan una exposición en Madrid en un proyecto intertextual ex aequo.

Se presentaba en el Gaya Por dentro de la vida, una antología poética (1981-2013) de Carmina Cásala, traducida a varios idiomas y con todos sus libros ya agotados. Ninguno de los presentes padecimos la ansiedad de la influencia, que diría Boom, y fue porque Carmina se declaraba en su voz tan personal de ser mujer que atrapa el relámpago y que ofrece la claridad de la belleza, el relámpago súbito que contiene su poesía, regada por un existencialismo neo-romántico habitado por llamas y cenizas. Y fue así, ardiendo y contenida, entre un realismo mágico del que brota una metáfora vibrante de su cocina literaria, que se desplegaba de su carne como noticia lírica para abarcar su mundo, el mundo.

Hermosa y distinta palabra en el formato de la editorial EIRENE, yo ya conocía a Carmina en uno de sus viajes a Lorca. Y recitamos. Y ella dijo:

«Acaso los poetas / también sienten vergüenza de su origen». Su voz para otras voces: libertad, niños sin infancia, dogmas y mordazas, y esperanza. Y el amor, siempre el amor en el alter ego de su presencia («yo tengo una conciencia de palabras»). Y así me reconciliaba con Gabriel Celaya, siempre Celaya, cuando leía Carmina aquella poesía tan suya y para todos: «Ilústrame de amor / que no quiero ser literatura, / que me pierdo en el verso imperfecto, / adulta la metáfora / en un poco de carne sin retorno».

La complicidad de quien es poeta de su lector modelo, o tal vez de su otredad, o de la vida misma que late con la tozudez de las espuelas clavadas en los lomos de la palabra justa: «A veces la memoria se vuelve insoportable. / Hace daño, sacude las farolas, apaga las mareas / y deja que naufraguen todas las caracolas». Finalmente supimos, desde la otra arena, el sueño del hombre, el que ella se duda («Yo no sé qué toro es tu sombra, / tu desgarro, / tu miedo, / tu niebla tan pequeña / que se esfuma en el aire»), ternura y vena de la soledad profunda, de un anhelo desbordado («ardiendo en el gesto tan despacio, / circular, / pulso, poema»), metáfora de un encuentro con el metal de una incertidumbre honda («Yo no sé si eres sueño / con tu silencio oscuro»).

Sin cisnes ni lirios, sin prisiones por la moda del canon del mercado, Carmina Cásala, en solitario, contiene el pulso de su emoción lírica. Amor desde todos los sentidos, desde Madrid al paisaje de un Damasco hecho ya trizas, pero con la esperanza no abatida, da refugio, concierta, en la sabia costumbre de tender el dolor con el mismo rigor que se tiende la ropa limpia y fresca, recién lavada. No es la poesía mucho más que no mirarse a sí mismo. Vida y poesía son la misma cosa, y ella lo sabe. La existencia recordada desde el yo desnudo, el puro hueso.

Rafael Morales dice de Carmina que su poesía es como un monólogo. Y una carta, añado yo. Una larga carta de amor excepcional que aún perdura como los ríos que corren por sus venas. La vida... Objetos verbales le llama Enrique Vadosa a su poética. Artefactos líricos, añado, señales. Y la luna, siempre la luna, como la de aquel perito de Orihuela, la de Miguel Hernández; o la de Eliodoro Puche, compañía de una soledad poética sentida. Y luego, aquellas palabras de José Hierro para su amiga Carmina Cásala, cuando le distingue señalando de su escritura que hay fuerza y desamparo, vida y nostalgia, tiempo allegro y adagio. Y un consuelo de palabras hermosas.

Y ahora, después de la voz de nuestro amigo Hierro, qué podría decir más, sino, tal vez, estos tres versos de retorno al mismo poema que es siempre de la poesía total:

Esta luna, hoy, un día tristísimo

/ de octubre,

sacudió violentamente

su fría asta contra mi corazón.

Y quedamos en vernos en Murcia, otra tarde. Tal vez en primavera.