Anda el mundo revolucionado y en crisis, Europa un poco más y los que viajamos en los vagones de cola que arrastra Alemania la notamos con especial intensidad. En España podemos echarle la culpa de nuestras desdichas al Gobierno (que la tiene en importante medida) y a la Comunidad Europea a la que cedimos la soberanía en su momento a cambio de lentejas, pero algunos gobernantes de Cataluña han actualizado una estrategia que viene dando resultados desde el inicio de los tiempos: el enemigo externo. Una vez identificado éste, los males domésticos desaparecen y, por desastrosa que sea la situación de la sanidad, la educación, los servicios sociales, o la terrorífica deuda que amenaza ruina, todo se adjudica al culpable exterior. Parece como si ya no fuera necesaria la labor de gobierno, el trabajo de los políticos se reduce a convocar manifestaciones, propiciar banderolas no constitucionales y proclamar «en nombre de todos los catalanes» ansias inmediatas de libertad frente al opresor Gobierno central.

Puede que tengan su parte de razón los que así piensan: la política del Gobierno de España respecto de Cataluña ha sido muy desafortunada (y para el resto de los españoles tanto o más), pero eso no explica por completo el afán independentista surgido en los últimos tiempos. Afán que, de momento, haríamos bien en cuantificar, porque los líderes de todos los partidos hablan en nombre de ´los catalanes´, cuando deberían hacerlo en nombre de los catalanes que votan tal o cual opción, y no en el de los demás. El resultado de ´la consulta del 9N´ parece demostrarlo.

La posición separatista es tan legítima que hay un partido que la lleva en su programa electoral desde hace tiempo sin que a nadie sorprenda. Lo que sí sorprende es esa inmediatez de independencia „de libertad, dicen algunos„, sin la cual el pueblo catalán no parece capaz de sobrevivir a un futuro cercano.

Algunos ciudadanos que conocemos y amamos Cataluña, que la escogemos como destino vacacional e incluso hablamos en la intimidad el catalán que estudiamos en universidades fuera de esa región, no somos partidarios de la independencia, que consideramos un más que previsible desastre, en primer lugar para Cataluña y luego para el resto de España.

Sin embargo, admitimos con todo respeto esa opción y nos preguntamos que razón hay para que no se utilicen los cauces institucionales, los de la misma Constitución que el señor Mas juró o prometió cumplir y hacer cumplir y que lo mantiene en su puesto de gobernante. El señor Mas, devenido separatista en tiempos recientes con una sorprendente capacidad de mudanza, tiene a su alcance los instrumentos necesarios: basta con que se presente a las próximas elecciones con un programa en el que detalle los puntos de la secesión que quiera plantear respecto de la nación que parece oprimir al laborioso pueblo de Cataluña. Una vez que explique a sus votantes de qué modo piensa establecer las fronteras con los países limítrofes; cambiar la moneda y los documentos identitarios; evitar que sus compañeros de banca se le alcen con el santo la limosna; ingresar en Europa o en otra cualquiera coalición de países que en el mundo existen€

Si una vez hecho eso, reúne los sufragios necesarios por sí o en las coaliciones que considere oportunas, hágase la secesión con mayor o menor aprobación del resto de los españoles, pero con el respeto a los derechos democráticos que a todos los ciudadanos de este país nos asisten. Y si los resultados de las urnas no fueran los que apetecen los separatistas, provean los políticos gobernantes al cuidado y bienestar de la ciudadanía, que para eso fueron escogidos, y déjense de zarandajas y cortinas de humo.

Y al que Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga.