¿Y no les parece que resulta cuanto menos sorprendente que dos de las palabras que más acepciones tienen en el nuevo diccionario de la RAE sean ´mano´ y ´coger´? Así nos va.

A la vista de esto, bien podríamos albergar cierta dosis de esperanza en cuanto a la más que necesaria conciliación de la producción intelectual (y política) española con las verdaderas necesidades de la mayoría de ciudadanos normales y corrientes. Si bien se ha de reconocer que aún queda mucho camino por recorrer cuando, por ejemplo, la enmienda realizada a la palabra ´democracia´ no incluye algo así como «mecanismo transitorio de participación ciudadana en el Gobierno utilizado para alcanzar el poder y abandonado por el que llega a ostentarlo, salvo para protegerse de sus propias fechorías ante el resto de ciudadanos». Y si no, que le pregunten a Hitler, Lenin, o al venezolano.

Acertaba Ludwig Von Mises en su Tratado de Economía, cuando alertó acerca de la estrategia seguida y perseguida, desde Hegel a Marx, de suplantar al raciocinio por una suerte de intuición mística que tendría como objetivo final alcanzar el milenio socialista, lo que se puede llamar, engañarnos burdamente para el «haz lo que yo diga pero no lo que yo haga». Lo que más nos ha de sorprender al respecto es que hoy en día, todos los partidos y principalmente los que cuentan con vocación y posibilidades de gobierno, basen su estrategia en dicha suerte de intuición.

El año que viene hay elecciones, y dado el panorama político, económico y social en nuestro país, mejor ´que Dios nos pille confesaos´. La maquinaria de los partidos se pone en marcha justo en el peor momento en que se puede poner, atendiendo a los condicionantes económicos dados.

El Banco Central Europeo está regalando el dinero, y la economía mundial está entrando en recesión y no hay peor escenario posible, a la vista de que España ofrece datos económicos satisfactorios, teniendo en cuenta la clase de políticos que tenemos, que ponerlos a concurrir a unas elecciones.

Se anuncian presupuestos expansivos, y debemos plantearnos varias cuestiones al respecto. Por un lado, debemos cuestionarnos si es este un buen momento para poner en marcha una política fiscal de esta guisa; por otro lado, cómo poner en marcha dicha política fiscal y finalmente, si todo esto no resultará ser una nueva historia de esas que suelen inventarse para tenernos a todos entretenidos e incluso ilusionados, como al niño al que le prometes el regalito si termina sus deberes en tiempo prudencial, cuando lo más probable sea que eso de ´expansivo´ sea un recurso utilizado dentro de la estrategia misticista que ni ellos saben lo que es.

La política fiscal expansiva anunciada irá, en todo caso, enfocada por la vía de un mayor gasto gubernamental. Y claro, teniendo en cuenta el escenario monetario, con lo barato que está el dinero, solamente con el ´ahorro´ en pago de intereses, ya va a poder justificarse un mayor endeudamiento destinado, como casi siempre, a malgastar el dinero que nos van sangrando a través del pago de impuestos y del injustificado recrudecimiento de los procesos de revisión fiscal en puertas de su prescripción. Eso, unido a la formalización de préstamos a cincuenta años haciendo partícipes de nuestros actuales errores no solo a nuestros hijos sino también a nuestros nietos. Y en esto, los que no gobiernan en este momento y no tengan la capacidad de someternos vía presupuestaria, pretenderán, respaldados por el ilusorio panorama macroeconómico, hacernos ver que si ellos llegan a gobernar, un nuevo paraíso a nuestras vidas llegará, anunciarán que ellos si saben cómo hay que gastar el dinero de la expansión fiscal, prometiendo la consolidación de derechos cuya característica principal es que nos hacen más pobres, más torpes, y menos competitivos. Es decir, gastar, gastar y gastar.

Con el déficit presupuestario estructural que tenemos, en el que sistemáticamente se gasta más de lo que se tiene y con un escenario de recesión económica mundial, todo lo que no sea bajar impuestos e incrementar la eficiencia administrativa del sector público para reducir el presupuesto, ajustándolo, cuanto menos al volumen de ingresos, y cuanto más, a las estrictas y limitadas prestaciones que ha de prestar el sector público, permitiendo así que sean las familias y empresas las que tomen sus propias decisiones en términos de consumo e inversión con las menores distorsiones informacionales posibles, será más que un brindis al sol, una suerte de autoengaño, para ellos, para nosotros y para todos, que servirá, sólo y exclusivamente para justificar, los mismos comportamientos y las mismas políticas que nos han hecho llegar hasta tan desastroso panorama de crisis.

¿Podemos hacerlo peor? Sin duda, Podemos.