En psicología, el término ´indefensión adquirida´ hace referencia a una serie de comportamientos, habituales en personas que se identifican como víctimas, que las incapacitan para prever y reaccionar ante acontecimientos negativos, y a explicar éstos con el argumento recurrente de estar siendo agredidos por otros, sin poder hacer nada para defenderse de esta supuesta agresión. La incapacidad para entender las consecuencias de sus propios actos es otro síntoma clásico de esta disfunción.

El comportamiento victimista incapacita para reaccionar con sensatez y templanza ante los problemas, que clásicamente son apartados a manotazos como, digamos, un Prestige de la costa de Galicia. O menospreciados como hilillos de plastilina hasta que se desatan. Una vez se produce el desenlace fatal, la reacción más habitual es enterrar cuanto antes el problema, a veces sin identificar.

Pero sin duda lo más característico de la personalidad victimista es el señalamiento paranoico (o interesado) de culpables. Ha sido X, y quien diga lo contrario es un miserable. Yo soy inocente y nada de lo que he hecho (pongamos invadir un país, descuidar una infraestructura ferroviaria o traer a un enfermo de ébola al centro de Madrid, por ejemplo) tiene que ver con lo que ha ocurrido (11M, accidentes de tren, contagio, también por ejemplo). La culpa es de otros. De ETA. Del maquinista. De la enfermera. De la herencia recibida. De haber vivido por encima de nuestras posibilidades.

Leo en la prensa del domingo que «el PP denuncia una conspiración para alarmar sobre el ébola». Vamos, que la culpa es tuya. Por asustarte.