Hace un buen rato que estoy pensativa ante la pantalla del portátil, tratando de escribir „¡una vez más!„ sobre esta vida loca, loca que nos ha tocado vivir. El debate entre vida y muerte se libra en los más inverosímiles campos de batalla, el más cruel y despiadado el seno materno, sin opción alguna de defensa, privando al no nacido del derecho primigenio a la vida. Abanderar el aborto libre como avance de la sociedad es algo ante lo que no podemos quedarnos de brazos cruzados, sin hacer nada. Proteger la vida es de sentido común. «Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado» (Miguel Delibes, Abc, 14 de diciembre de 1986).

Aborto y eutanasia se dan la mano, esterilizando cualquier sentimiento que, paradójicamente, pueda abortar la decisión tomada fuera de la ética más elemental. De ´mi cuerpo es mío´ al tuyo también, la avalancha de sinrazones trata de acallar el grito „silencioso y elocuente„ de los no nacidos, y el clamor del silencio de tantos enfermos terminales condenados a priori a un desesperanzado final.

Vida y muerte, protagonistas en los campos de batalla. Disparos, bombas, atentados suicidas€ esparcen el sufrimiento por doquier. La vida, derecho inviolable del ser humano no es moneda de cambio. Promesas incumplidas y falsas expectativas han convertido el aborto en arma arrojadiza, donde lo de menos es el no nacido, en pro de unos votos comprados a altísimo precio. Libertad, derecho y deber conforman una trilogía inseparable.

Pero yo, lo que quería es contar un cuento para mayores, un cuento con final feliz porque se convierte en realidad gracias a la ayuda desinteresada de mucha gente buena. «Érase una vez un niño tan pequeño, tan pequeño€ que algunos le ignoraban, y muchas veces tenía miedo al pasar por grandes peligros sin poder defenderse. Él se movía constantemente para hacer notar su existencia€ hablaban a gritos: ´¡Aborto sí! ¡Nosotras parimos, nosotras decidimos!´ y le ignoraban. Su corazón se ponía triste pero no dejaba de latir con fuerza, tanto que su mamá sintió otra vida dentro de ella y decidió no abortar. El gran día llegó y el niño nació. Descubrió que le querían por él mismo, sin importar nada más€ Érase una vez un niño „no uno sino muchos„ querido por sus papás.

Érase una vez la familia, abierta a la vida, llena de esperanza. Y colorín colorado, aquí dejo el cuento que no se ha acabado. El final, feliz, hay que saber encontrarlo».