Pertenezco a una de las primeras generaciones de españoles que quedaron exentas de realizar el servicio militar obligatorio. Por tanto, mi experiencia castrense se reduce a un día que me midieron y pesaron para algo que tenía que ver con el servicio a la patria. También, si se quiere, a la lectura de aquellos magníficos cómics de Ivá (Q.E.P.D) sobre las aventuras de los soldados españoles, con los que me desternillaba de la risa. La eliminación de la ´mili´, y justo cuando me tocaba ir, fue y será uno de los grandes aciertos históricos de Aznar, pues no quiero ni pensar qué hubiera podido ocurrir si, con el historial de torpezas que tengo en las cuestiones de destreza, hubiera caído en mis manos un arma de fuego. Pero esto no quita para que, en los últimos años, se haya forjado en mí cierta curiosidad por lo militar, sobre todo por la estética, el lenguaje, las formas, la disciplina... Alguna vez me he intentado imaginarme a mí mismo vestido con un uniforme de gala, arma al brazo e impasible el ademán, instruyendo a soldados y mandándoles, a gritos, que se cuadren. Luego pienso que no. Para eso, mejor me hago político.