No hace tanto, Iker Casillas había alcanzado el pináculo absoluto de la buena fama: ser no sólo el ídolo de la juventud, sino el de los niños. Se puede ser famoso de muchas maneras, y con muchas estampas, incluidas las pérfidas, pero Iker demostró que la imagen de buen chico (el mejor chico posible) podía llevar a lo más alto. De la actual caída en desgracia de Iker yo lamento, sobre todo, el desconcierto de los niños, que se preguntarán, algo crecidos ya, por qué ahora pitan a su ídolo. ¿Por haber encajado algunos goles? Sería una explicación desoladora, y un mensaje de impiedad. El desconcierto de los niños sólo será superado por el del propio Iker: qué habré hecho para que me pase esto. ¿Deberíamos ahora buscar unas causas de la caída, para que todo cuadre? A lo mejor resulta que Iker es un buen chico de verdad, sin las destrezas suficientes para sobrevivir en un barrio canalla.