Que los catalanes le tienen ganas al PP está claro. Pero que se disfracen de trabucaires para simular un fusilamiento de un concejal de Carcelleu es pasarse cuatro pueblos. Con esas animaladas lo único que logran es retratarse a sí mismos y demostrar lo que realmente mueve su derecho a decidir: la intransigencia más retrógrada y cerril, el espíritu del auténtico trabucaire. Lo curioso de esto es que aquella filosofía trabucaire del siglo XVI, violentamente fascista y prepotente, sea lo que personalicen hoy los partidos de izquierda catalanes, ERC y compañía€ Y es que el camuflaje engaña a los memos.