Si ustedes quieren saber lo que es la celeridad, la rapidez y la eficacia, ni se les ocurra acercarse a las urgencias de un hospital público. La palabra ´urgencia´ pierde allí todo su significado. Nada más atravesar la puerta, uno se encuentra como si estuviese en el Santiago Bernabéu, porque hay cientos de personas esperando para entrar. Claro que allí, las caras no son de felicidad y alegría, sino de resignación y dolor.

Hace unas semanas, por avatares de la vida, tuve que acudir a urgencias con un familiar. A las dos horas de estar esperando de pie en un pasillo donde celadores, enfermeros y médicos cruzaban de un lado a otro con parsimonia y la mirada fija en sus papeles, un médico nos informó por primera vez de que la sala para curas estaba ocupada por camillas con enfermos y que tendríamos que esperar a que la despejaran. Después de aquella información, nada más hasta otras dos horas más tarde. Una vez que le realizaron las primeras curas a mi familiar, nos mandaron pasar a otra sala de espera a la espera „valga la redundancia„ de un TAC.

Allí la situación era digna de ser grabada. Una chica llevaba ocho horas de dolor porque tenían que operarla, pero faltaba no sé quién. Otro hombre que acompañaba a su padre „que era enfermo crónico„ comentaba que un día entró a las 12 del mediodía y salió a las 4 de la madrugada. Una anciana sola, senil y meada hasta el cuello se levantaba una y otra vez amenazando con irse, porque, según ella, tenía cosas que hacer y no podía perder allí toda la noche. Como no había asientos para todos, los acompañantes teníamos que permanecer de pie en un pasillo dificultando el paso de camillas y personal sanitario.

Después de una media hora de espera, fui a la zona donde se realizaban los TAC. Allí había dos hombres charlando animadamente. Entonces regresé y le pregunté tímidamente a una de las enfermeras si faltaba mucho para el TAC. La mujer descolgó el teléfono y llamó a los encargados, que salieron inmediatamente, lo que significa que no estaban haciendo nada. Tal era el espectáculo que allí se vivía que una de las enfermeras animó a todos a poner una reclamación. Tras otra hora de espera, finalmente vino el primer médico para darle el alta a mi familiar. En total, seis horas para unas curas y un TAC.

Tras esta magnífica experiencia, hablé con varias amigas mías enfermeras sobre el asunto. Me dijeron que eso era algo habitual. Si bien era cierto que los recortes del Gobierno en Sanidad habían agravado la situación, ambas me confirmaron que la falta de organización, la deficiencia en los protocolos y la dejadez de muchos compañeros que viven sin dar palo al agua provocaban ese desastre organizativo. Salas vacías, médicos que hacían tiempo entre paciente y paciente, enfermeros que se escaqueaban, coordinadores que no coordinaban, etc.

Nuestra Sanidad pública está considerada como de las mejores de Europa, pero más por su cobertura que por cómo se trabaja. O, mejor dicho; porque el trabajo de los mejores oculta la dejadez de los peores. No cabe duda de que los españoles abusamos de los servicios de urgencia, pero eso se debe al mal funcionamiento del resto del sistema, en que para hacerse una ecografía hay que esperar un año en el mejor de los casos.

Todos los meses, el Estado nos quita una parte considerable del sueldo para la Sanidad pública, así que lo mínimo es que los directores de los hospitales, así como sus trabajadores, ofrezcan a los pacientes, si no dignidad, al menos un poco de respeto.