Llevo años demandando una reforma profunda del sistema electoral español que evite, por un lado, la depreciación sufrida por el voto individual „lo que sin duda se conseguiría poniendo en marcha mecanismos de elección directa de alcaldes y presidentes„, y el mercadilleo chantajista al que se ven sometidos, por ejemplo, los partidos nacionales a manos de las minorías nacionalistas, o la excesiva atomización de Parlamentos regionales y Ayuntamientos, lo que se resolvería exigiendo un porcentaje mínimo de representación en todas y cada una de las circunscripciones en que se divide el cuerpo electoral, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas y locales. Por supuesto que la necesaria reforma democratizadora incluye a los propios partidos políticos, cuyos sistemas electorales internos dejan mucho que desear.

Consecuentemente, debería dedicar un aplauso entusiasta a las reformas electorales que pretende el Partido Popular, y lo haría si no fuera porque ni procede hacerlas ahora a pocos meses vista de las elecciones autonómicas y locales, ni responden a un deseo sincero de incrementar la calidad democrática del sistema electoral, ni se ha consultado a nadie para llevarlas a cabo, ni expertos ni legos, ni a propios ni a extraños. Y, además, tampoco me gustan las propuestas, especialmente la que consiste en convertir en mayoría absoluta a una minoría, aunque sea mayoritaria. Les pondré un ejemplo para entendernos

Supongamos que se reúnen siete colegas a beber cerveza. Tres de ellos quieren Duff, la cerveza favorita de Homer Simpson; otros dos prefieren Estrella de Levante y los dos restantes quieren una marca diferente de cerveza cada uno, Mahou y Cruzcampo. Lo normal sería que cada uno bebiera su marca preferida, pero imaginemos que el bolsillo de estos coleguillas sólo les alcanza para pedir las siete botellas de una sola marca, sea cual sea, que es más barato que si las piden diferentes, por lo que deciden celebrar una votación con el resultado que ya conocemos. Ante esta situación existen varias posibilidades:

1. Todos se ponen de acuerdo en una marca, es decir, se adopta una solución unánime y plenamente democrática.

2. Acuerdan celebrar una segunda votación para elegir una de las dos marcas de cerveza más votadas en la primera ronda, lo que también es plenamente democrático. Todos los lectores murcianos confiamos en que sea elegida la Estrella de Levante, pero si es otra aceptaremos democráticamente el resultado.

3. Alguien con poder para ello, por ejemplo el que lleva los cuartos, impone que la marca de cerveza más votada en la primera votación sea considerada la marca mayoritaria, cuando en realidad sólo la han votado tres de siete o, dicho de otra manera, ha sido rechazada por la auténtica mayoría, esto es cuatro de siete. Esta fórmula, que es la de la propuesta del PP, provocará que, sin posibilidad de discutir otras opciones, la mayoría de coleguillas tengan que beber una cerveza que no han votado. Esto pudiera ser democrático, pero tengo mis dudas.

Claro que según Ignatius, mi entrañable asesor festivo en materia de lúpulos y cervezas, las cosas en España las cosas nunca ocurren de manera tan sencilla.

«Supongamos „dice mi querido Ignatius„, que, sin venir a cuento, esto es, muy a la española, los coleguillas deciden ampliar la consulta sobre las marcas de cerveza a los novios y las novias correspondientes, con el previsible resultado de incorporar al plantel de bebidas tres nuevas marcas de cerveza: Alhambra, San Miguel y Estrella de Galicia, además de Coca-Cola, Trinaranjus y Vichy Catalán con una rodajita de limón, porque eso es lo que les gusta a los anticerveceros. Supongamos que, además, alguien con gran espíritu democrático y participativo propone dar audiencia a las marcas no representadas, a resultas de lo cual Levadura de Cerveza SAU, Gaseosa La Cansera SA y la Asociación Levantina de Fabricantes de Agua de Cebada presentan alegaciones para que se les reconozca su legítima condición, ya que, si bien técnicamente no son cervezas, son bastante parecidas y, en cualquier caso, son más cerveza o tienen más burbujas que el Trinaranjus. Por su parte, Horchata de Chufas Chufi, que pasaba por allí, señala que, si se ha admitido Vichy Catalán con rodajita de limón, se les debe admitir a ellos y dos huevos duros más, pues Valencia no va a ser menos que Cataluña, collons».

«Una vez abierta la Caja de Pandora „prosigue Ignatius, imparable„, la Comisión Europea presenta una demanda ante el Tribunal de la UE en Luxemburgo para exigir que se respete el espacio común de mercado y se incluya a todas las marcas de cerveza residenciadas en la Europa comunitaria. Alemania se opone a que Budweiser sea considerada cerveza europea. Las cervezas británicas se oponen a ser incluídas como marcas europeas. La italiana Nastro Azzurro compra varias marcas de una cerveza caliente tibetana llamada tongba y, tras rebautizarlas como Nastro Azzurro Calda y Azzurra Calda Superiore, las domicilia en Milán y Roma para hacerlas pasar como marcas comunitarias. La Iglesia católica reclama la paternidad monacal de la cerveza. La marca de cerveza Taedonggang, de Corea del Norte, amenaza con desatar una guerra nuclear contra Estados Unidos si no es incluida en la segunda ronda de votaciones. La Asociación Nacional de Excombatientes exige que sean recuperadas las marcas nacionales de cerveza El Águila y El Azor por razones obvias. Los productores de lúpulo se declaran en huelga. La Fiscalía abre diligencias por competencia desleal, fraude y corrupción de menores al descubrir que casi todas las marcas de cerveza nombradas anteriormente pertenecen, bien al grupo Heineken, bien al grupo San Miguel-Mahou, bien a Jordi Pujol. Finalmente, un golpe de Estado incruento impone el vino para todos».

Indudablemente, a Ignatius se le ha subido la cerveza a la cabeza.