Mi pésame a todos los que han sufrido el descenso del Real Murcia como un asunto personal, como una pérdida sólo comparable a la que se vive cuando un ser querido pasa a la dimensión del recuerdo. Con el fútbol, es cierto, no se juega. A todos ellos les puede quedar el consuelo de que la Región de Murcia sigue militando y a la cabeza de otras divisiones que fracturan a los ciudadanos aún más que la afección o desafección al balompié. Así, nuestra clasificación no peligra en la champions de los sueldos y pensiones más bajas. Somos también las estrellas de la economía sumergida. Y no hay equipo regional que tenga más jugadores amputados por sus malas artes, expertos en el juego sucio y en burlar las tarjetas rojas entre el fervor del público, que prefiere mirar para otro lado.

Como en el deporte rey, nuestra Murcia porta la corona de las comunidades autónomas más endeudadas a pesar de que los fichajes e inversiones millonarias nunca acaban de llegar o funcionar. Como en este bombardeo continuo de partidos que constituyen lo mejor de nuestra existencia, no hay día en que una u otra noticia, como el descenso de los fondos para la dependencia o los recortes en sanidad, no suponga un gol a nuestro bienestar. No hay marcador que resista las cifras de desempleo, pobreza y desigualdad que representa nuestra camiseta autonómica. Estamos, por tanto, fuera de juego no sólo en términos futbolísticos. Por mucho rubor que nos produzca ser el hazmerreír de todo el país peor es el hazmellorar de nuestra liga regional.