Nuestra vida está llena de rutinas, de acciones que realizamos habitualmente sin pararnos a pensar y que, sin embargo, añoramos cuando por una causa u otra no podemos seguir haciéndolas. Somos así, nos acostumbramos a cuanto tenemos sin detenernos a valorarlo ni mucho menos agradecerlo porque siempre solemos tener prisa, mucha prisa; también en tiempo de vacaciones, con el peligro de no saber aprovecharlas para descansar y disfrutar.

„¡Uf! ¡Qué pereza, otra vez el verano! „se decían dos amigas comentando las idas y venidas de unos y otros al lugar de veraneo familiar. Hay rutinas y rutinas. No creo que a nadie le agrade perder la rutina de quererse aunque haya que equilibrar, de cuando en cuando€ siempre€ aquello de rozarse. Existen también rutinas que ayudan a determinadas personas a adquirir hábitos y costumbres necesarios para su desarrollo individual, y medio indispensable para comunicarse con los demás. Su día a día se convierte en un itinerario personalizado que se enriquece con la aportación de cada uno, principalmente de cuantos están en su entorno. Sin duda, nuestras rutinas bien vividas, pueden ser escuela -abierta también en vacaciones- de aprendizaje para muchos. Todos tenemos capacidades y limitaciones. Necesitamos dar y recibir. A no pocos nos atrae el afán de superación, con esfuerzo personal sí, pero como se agradece la ayuda desinteresada que tantas veces recibimos.

Rutinas. Lo de cada día como medio, logro o compromiso, con la libertad de querer. El verano, como todos los veranos, se presenta caluroso y lleno de tiempo para compartir. La gente va y viene, nosotros también. Somos diferentes e iguales; extraños y cercanos. Tenemos quizás distintos planteamientos a la hora de ver la vida pero somos parte del mismo paisaje. La diversidad enriquece la unidad. Convivir es vivir y apreciar la vida junto a quienes más queremos sin olvidar a cuantos necesitan de nuestra ayuda, comprensión y cariño. Mientras nuestra rutina es puro vivir, para muchos se ha convertido en sobrevivir al dolor, la injusticia, persecución, odio, guerra, muerte. La rutina de quererse traspasa fronteras poniendo los medios para acabar o al menos paliar los errores y horrores de esa parte de la Humanidad deshumanizada por el fanatismo y la guerra. «El hermano ayudado por el hermano es como ciudad amurallada»... Vivimos en un mundo que parece haber perdido la rutina no solo de quererse sino de compadecerse del mal ajeno. El dolor se convierte en moneda de cambio de unos intereses políticos, mal planteados, que deforman la realidad y destruyen al ser humano. Cuando parece que no hay solución, la estrategia es saber encontrarla.

Rutinas: trabajar, servir, ayudar, sonreír, esforzarse, descansar, estudiar, leer, rezar, querer€ Vivir.