Vivimos en un mundo donde urgen hábitos similares al que siempre ha ayudado a reconocer a quien lo lleva, además de los que repetidos regularmente forman y forjan a la persona. La buena educación es base de todo, incluso en el terreno de la moda y los padres como primeros educadores podemos ayudar a nuestros hijos a lograr madurez y criterio para ir a la moda creando un estilo propio que dignifique su propio ambiente. En la familia se aprenden las normas de conducta para el buen comportamiento social. El todo vale es absurdo y obsoleto. La alta costura no está reñida con la costura de altura, es decir, con la moda acorde según edad, circunstancias y estilos de vida. Con el verano, flores y colores desfilan alegrando las pasarelas. La moda atraviesa de forma trepidante las estaciones del año, propiciando una nueva percepción del tiempo auspiciada por una exhaustiva prospección del mercado.

No hay compás de espera: Nueva temporada, nuevas tendencias. Modelos, tejidos, formas y colores aparecen y desaparecen casi por sorpresa. Lo de coser y cantar tiene sus entretelas, visibles por virtuales rotos y descosidos que pueden llegar a minimizar la personalidad cuando lo que realmente interesa es vivir de la apariencia, disfrutando de la experiencia del ´disfraz´ del momento para que lo aprueben los demás. Se pasa de la propia identidad, buscando en el mimetismo un diferenciarse que no supera muchas veces una anodina uniformidad, sobre todo en gente joven. La autodeterminación se diluye alegremente en lo que se lleva porque sí, obviando la coherencia del ser personal. La persona posee un mundo interior, se presenta por la apariencia pero se define por la calidad de sus vínculos, su capacidad de relación.

Nos hemos acostumbrado a que se ventile la intimidad no sólo en el patio de vecinos de toda la vida sino en programas que la mayoría tilda de ´basura´ pero cuyos índices de audiencia se disparan a cifras increíbles. Los sentimientos son situaciones anímicas que experimentamos ante la valoración de la realidad. El sentido del pudor es un sentimiento natural que está destinado a custodiar algo que valoramos, nuestra intimidad y sobre todo la capacidad de amar; se vuelca la intimidad con la persona que se quiere. La dignidad de la persona es única e irrepetible, un fin en sí mismo, un misterio. La cultura de la imagen conduce a un tremendo analfabetismo sobre los valores fundamentales de la persona. El tener satisfechas ciertas necesidades económicas (consumismo) e instintivas (hedonismo), se identifica, engañosamente, como la fórmula fácil para ser feliz, mientras la vida misma nos hace comprobar que no es así.

Nueva temporada, nuevas tendencias y nuevo estilo personal. No somos caricaturas ni tristes figuras de un mercadeo del cuerpo. El buen gusto no está reñido con el sentido común. Moda a nuestro modo.