"Yo he visto cosas que vosotros jamás creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."

Palabras del replicante Roy Batty/Rutger Hauer al final del film de Ridley Scott Blade Runner (1982)

Mentí. Te dije que iba a devorar en una tarde El hombre corriente, de Chesterton, y no lo hice. No habría podido hacerlo porque a Chesterton hay que beberlo a pequeños sorbos, manteniendo un instante la palabra cálida sobre la lengua, dejándola que te abrase, elevándola luego al paladar e inspirando profundamente, intelectualmente, sentidamente... como hago con mi whisky favorito, el Lagavulin de dieciséis años, una escandalosa cópula entre la malta más delicada y el aroma salvaje de la turba, impregnada del salitre atlántico que abraza la isla escocesa de Islay. Abro el libro y comienzo a leer el primer ensayo que le da nombre, El Hombre Corriente, pero ya les hablaré otro día más extensamente de cómo el progreso, según Chesterton, ha perseguido a los hombres corrientes en los últimos siglos. Hoy quiero escribir justamente de lo contrario, de los hombres excepcionales.

Pasado mañana un hombre excepcional sucederá a otro hombre excepcional en el gobierno de los hombres corrientes. Don Juan Carlos ha reinado 39 años y, como el replicante Roy Batty, podría decir en este momento final de su reinado aquello de «yo he visto cosas que vosotros jamás creeríais?». No, no ha sido un hombre corriente y por eso sus errores no han sido nada corrientes, como tampoco lo han sido sus aciertos.

Don Juan Carlos no ha tenido un imperio que gobernar, como Carlos I o Felipe II; tampoco ha sido el mejor alcalde de Madrid ni ha poblado de murallas las ciudades de España, como Carlos III; no le han cantado coplas como a su bisabuelo Alfonso XII, aunque no ha andado huérfano de amores; ni se ha ganado sobrenombres gloriosos, como El Sabio, El Católico o El Prudente; a lo sumo, y únicamente a causa de sus errores más recientes, comparte con Carlos IV el sobrenombre del El Cazador; a cambio, tampoco se ha hecho acreedor de apodos despectivos, como Carlos II El Hechizado o Fernando VII El Rey Felón; tampoco ha librado y ganado guerras épicas, ni las ha perdido lo que, como bien saben los británicos, es una hazaña aún más reconocida y respetada que el ganarlas.

Y, sin embargo, Don Juan Carlos ha sido un gran rey, tal vez uno de los grandes reyes de la Historia de España. La España joven apenas guarda en su memoria imágenes y sentimientos de aquella otra España, vieja y resentida por las heridas aún sangrantes de la Guerra Civil, aquella España que eran dos, una dolorida por los moratones de la dictadura de Franco y otra atemorizada por un futuro sin Franco, y ambas dispuestas a coger de nuevo los garrotes del cuadro de Goya. Esa fue la España en la que hace treinta y nueve años fue proclamado Rey Don Juan Carlos. La España joven no ha escuchado aterrada el ruido de los sables ni se ha cegado por el brillo de su acero desnudo, pero esos fueron los sables que Don Juan Carlos obligó a enfundar de nuevo, y aquellos los temores que el Rey calmó, y aquellos los ciegos a quienes hizo ver. La España joven, en cambio, sí ha conocido el zarpazo del terrorismo, y sabe, lo sabe muy bien, que el Rey ha tenido mucho que ver con que los terroristas hayan dejado de matar. Dije antes que Don Juan Carlos no había ganado guerras épicas pero me corrijo, claro que las ha ganado, demasiado bien lo sabemos.

Don Felipe va a suceder a su padre con el nombre de Felipe VI y hablaremos mucho en los próximos tiempos de la tarea que tiene ante sí y de las expectativas de cambio que ha generado la sucesión. Yo, que cada día pertenezco más a la España que se va y menos a la que llega, no me veo dando consejos corrientes a un hombre tan excepcional como un rey que, además, encarna una nueva generación de españoles. Excepto uno, tal vez. El consejo que le doy a Su Joven Majestad está encerrado en la frase del replicante Ron Batty que figura en la cabecera de este artículo y, muy especialmente, en una frase de Chesterton que pertenece a su ensayo Liberty and Tyranny, publicado el 30 de diciembre de 1911 en The Illustrated London News: «La libertad es tradicional y conservadora, recuerda sus leyendas y sus héroes. Mas la tiranía es siempre joven y de apariencia inocente, y nos invita a olvidar el pasado».

Si quiere ganar el futuro, Joven Majestad, no olvide nuestro pasado, nuestras leyendas y a nuestros héroes.