Fue un 13 de junio, hace cincuenta años. Tan sólo doce personas en el entierro de aquel enorme poeta, Eliodoro Puche. Un año después, Juan Guirao, mi hermano Pepe y yo, organizamos el primer homenaje en la plaza del Cañico, cerca de su casa y de la que fue su cárcel («si no existieran muros, / te vería hermana»). Fueron varias aquellas reuniones de homenaje en la calle. Con pocas personas, pero las suficientes. A una de ellas vinieron los poetas Arturo Pasos, el nicaragüense que estudiaba Derecho en Murcia y que después murió en la guerrilla de su país, y Emilio Masiá, que ahora vive en Lo Pagán haciéndole versos al mar. Casi todo eran reivindicaciones, y casi todo lo que deseábamos aquellos jóvenes que sentíamos la poesía de Eliodoro está ya hecho. A ello se han sumado nuevos amigos. Bienvenidos sean. Lo mejor, los recuerdos anuales de Los Amigos de la Cultura al poeta lorquino.

Un poeta que siempre militó en los movimientos vanguardistas se llamasen epígono-modernistas, simbolistas, creacionistas o ultraístas. Eliodoro Puche vivió la renovación de la poesía con sus amigos, el creacionista Huidobro y el ultraísta Jorge Luis Borges. Supo conciliar clasicidad y vanguardia y llegó a una poesía conmovedora en los años de cárcel (recuérdese que Eliodoro era republicano y radical socialista).

De su incursión en las vanguardias citaremos dos pruebas reales de su talento. La primera ocurre en los años veinte, cuando le preguntaron a Vicente Huidobro: «¿Qué poetas españoles de hoy son creacionistas?». Respuesta de Huidobro: «Son estos: Ramón Prieto, Eliodoro Puche y Mauricio Bacarise». Poco después, en Puebla, un grupo de intelectuales mexicanos, pegaron en las paredes un texto reivindicativo en nombre de la nueva poesía. Entre ellos, aparecía también el de Eliodoro Puche.

La segunda prueba viene de su amigo Jorge Luis Borges. El escritor argentino escribió un artículo sobre los novísimos ultraístas y publicaba cuatro poemas. El tercero era de Eliodoro Puche (por cierto lo escribe con ‘h’). El poema, titulado Epitalamio: Dice así:

Puesto que puedes hablarno me digas lo que piensas.Tu corazónenvuelvetu carne.Sobre tu cuerpo desnudomi voz cosecha palabras.Te traigo de Oriente el Solpara tu anillo de Bodas.En el lecho que esperauna rosa se desangra.

Eliodoro siguió el ejemplo heroico de su propia vida, el de la bohemia y el de la exploración en el ultraísmo, hasta su regreso a Lorca. Fue un poeta desconocido hasta de sus propios paisanos. Díez Echarri y Roca Francesa lo citan, junto a Pérez Bojart, como poeta maldito, en el sentido que da sobre él Juan Barceló, quien también le llama maldito, el de poeta ‘olvidado’. Pero, en este sentido, era también poeta paralelo a su vida, en el sentido verleniano, es decir, un poeta distinto por raro y hasta desarraigado. Y además, lo sabía, porque lo dice él mismo, porque lo hizo suyo. Y más:

Vosotros sois mis hermanos,los malditos, los inquietos,los que no tenéis secretos,los tristes, los saturnianos;los que designios arcanosos dieron a un mal destino,los que errasteis el camino,los hijos de la desgracia…¡condenada aristocraciadel opio, el amor y el vino!

Y digo esto porque conviene señalar que incluso se le confirmó aún más, si cabe, ese destino, desde la oscuridad cultural del franquismo que le tocó vivir, rota ya cualquier esperanza, desalojado por la dictadura que le llevó el infortunio al poeta lorquino, quien, a pesar del tiempo que cayó sobre su poesía, era un desconocido no sólo en España sino en su propia tierra.

Fue por eso que nos propusimos hace cincuenta años que no pasaría al olvido. Por eso me siento orgulloso de la hidalguía de aquellos pocos lorquinos que venían al Cañico y sin permiso gubernativo. Porque gracias a ellos, a Los Amigos de la Cultura, y al tiempo, que pone a cada cual en su sitio, se ha logrado, y no sólo en Lorca, que, después de cincuenta años, la poesía de Eliodoro Puche emerja de esa hermandad señalada por el poeta como la de ‘hijos de la desgracia’.

Por lo demás, sería conveniente que este año, ya cincuenta del fallecimiento del poeta, se publicaran aquellos sus primeros libros de poemas, ya agotados (Libro de los elogios galantes y de los crepúsculos de otoño, Corazón de la noche, Motivos líricos y Colección de poemas). Y que se hiciera tal y como él poeta le hubiese gustado porque así quiso editarlos, sin más aventuras que la hermosa sensación de leerlos, limpios de cualquier anotación que pueda contaminar su única lectura, la de su definitiva palabra.