La tarea por conseguir que nuestro país sea verdaderamente laico resulta ímproba y frustrante: lo religioso y lo político siguen enmarañados y muchas veces en pugna, y la superstición y el oscurantismo siguen caracterizando a la religión predominante, en la que se mantienen como estructurales Nuestra región destaca quizás también sobre la media, por esa mezcla indeseable de lo político-civil y lo católico, de la fe y la razón, de Dios y el César. No hay forma de que se reconozca que el laicismo no es el resultado de la victoria de unos sobre otros, sino la conclusión más civilizada para la vida en común y pacífica concordia.

Empiezo por referirme, en esta revisión que hago de oscurantismos recientes a la murciana, aquella visión, indescriptible, de la concejala Davinia de Calasparra, ante la que, no obstante, lo que primero pensé era que la zagala que tenía ante mis ojos había nacido cuando triunfaba una serie inglesa en TV1, cuando no había más que dos y en la transición de los años 70 a los 80, cuya heroína „intrépida, ganadora, envidiada„ se llamaba Davinia; y deduje que sus padres (los de nuestra edil arrocera), influidos por la moda, no habían seguido la prudente y recia costumbre de honrar a los abuelos, o a ellos mismos, con nombres de la tradición, exentos de exotismo. De los contenidos de aquel esperpento, del que mejor quisiera no acordarme, sólo quiero señalar que nuestra Davinia quiso defender sus principios religiosos donde y como no debía, asombrando al mundo y dejando a su pueblo en serio aprieto.

Luego vino el episodio, en verdad que atrevido, del concejal de Jumilla que representó a la Virgen María en el carnaval local, lo que provocó en el párroco la ira (que supongo santa, aunque no estoy muy seguro) y el anatema. No contento con declarar en pecado mortal a la criatura, lo que sin duda es caridad propia de su jurisdicción, el cura exigió al alcalde que lo cesara inmediatamente, metiéndose donde no debía; fue muy buena, por ajustada y soberana, la respuesta del alcalde, que no solamente dijo que no, sino que se mostró muy satisfecho de que el concejal hubiera trabajado bien ya que, entre otras cosas, tenía el encargo de promocionar el carnaval del pueblo y darle proyección. Ya digo que ni yo mismo le hubiera aconsejado salir a la calle como salió, pero lo interesante del caso es que se produjo un conflicto de jurisdicciones enteramente innecesario porque, como era de esperar, el cura pudo protestar pero sin pasar de ahí (y sin que acabara colaborando, por supuesto que involuntariamente, en el auge del carnaval jumillano).

Durante la pasada Semana Santa sufrí algunos sofocones, todos a cuenta del puñetero oscurantismo y de la ñoña versión que de la fe se sigue haciendo en nuestra tierra (aunque no sólo en ella, como hay que reconocer). Un día tuve que leer, en una descripción seria, solemne y sin la menor „y precavida„ alusión a ´tradición o leyenda piadosa´ alguna, que fue el apóstol Santiago, tras desembarcar en Santa Lucía, quien trajo a España el relato de la Pasión de Jesús; y aunque no me extrañó, eché de menos que el obispo, en pro del rigor y en defensa de la fe sin cuentos, no hubiera interpelado al cronista por su imprudente, acientífica y poco ejemplar crónica, aprovechando para dejar sentado que ni la Iglesia ni nadie puede hoy demostrar que Santiago el Mayor viniera a España, resultando en consecuencia lo de Compostela una tradición sin pruebas, lo de Clavijo una masacre impropia y lo del desembarco en Cartagena una saga fantasiosa para el ingenuo consumo local.

Desde luego las inubicables excursiones del apóstol Santiago por suelo ibérico, a fin de cuentas inocuas, no son para molestar aunque „siguiendo con mi interés por la sana separación entre lo religioso y lo político„ los políticos debieran abstenerse de dar abrazo alguno a la estatua de Santiago, rezar ante una urna de plata e incluso invocar su protección sobre España (asunto éste que ningún electo debiera delegar): que lo hagan, quiero decir, cuando ya no representen al Estado laico.

Pero es verdad que la Semana Santa obliga al Estado laico a hacer agua por todas partes, con sus exhibiciones y arrebatos de religiosidad desconcertante, que envuelven y arrastran a los políticos con escasas excepciones, en un exaltadísimo espectáculo en el que compiten por mantener su lugar en la Pasión el poder religioso, el político, el militar, el policial€ mezclando en un simbólico e innecesario totum revolutum, que obliga al apurado silencio de la teología católica, la fe y el descreimiento, la humildad y la arrogancia, la piedad y la represión, la mansedumbre y la violencia.

Continúo con la Semana Santa para asegurar a nuestros políticos que, incluso siendo creyentes, su respeto a la libertad religiosa y su adhesión constitucional se demuestra excluyéndose de pregones y apariciones; podrían pensar, al menos, que la cosa tendrá más mérito cuando sean distinguidos tras cesar en sus cargos. Ni Valcárcel saliente, pregonero en Cieza, ni Garre entrante, peregrino ante la Caridad de Cartagena, han dado ejemplo de políticos obligados a respetar el laicismo oficial español.

Y ya que estoy, no me abstendré de evocar „porque la prensa lo contó de manera destacada„ la emoción que el todavía presidente del Puerto de Cartagena, Adrián Viudes, nos transmitió al saberse distinguido como pregonero de la Semana Santa 2014 de Murcia. De manera semejante a cuando aquello de Davinia me hizo sufrir más por Calasparra que por ella misma, los ojos de Viudes, que supongo humedecidos de piedad sincera, me llevaron a los trabajadores del puerto, a quienes ha humillado y sublevado durante años, haciendo caso omiso de los expedientes que la Inspección de Trabajo le abría una y otra vez.

De mi larga y apretada formación religioso-católica recuerdo especialmente el empeño con que se me inculcó el rechazo de la superstición, la tontería y (por sobre todas las cosas y en referencia a lo de los ´sepulcros blanqueados´) la hipocresía.