Permítanme que les cuente una historia. La historia de un joven que estudió una carrera universitaria. Las notas, normales; ni matrículas de honor ni suspensos, aprobando año tras año. Se puede decir que se trata de una persona como cualquiera de nosotros. Le gusta salir a tomar algo con sus amigos, cenar con su pareja y verla dormir antes de cerrar él los ojos. Y los domingos hacer reuniones familiares donde las mismas anécdotas se repiten sin cesar. Pero las cosas han cambiado. Las circunstancias no son las mismas, o quizás sí, pero son más complejas. La única solución es la que más le duele en el corazón, meter cuatro cosas en una mochila y salir de su entorno. Es injusto porque él querría poder trabajar en la ciudad donde nació, donde está su vida; pero no queda otra. En ese petate no faltan fotos de su familia, su pareja y su gente. Sin pensarlo dos veces tendrá que marcharse a otro país, desarraigarse. Y ahora ¿en quién han pensado? ¿Algún conocido de España que por la crisis se ha marchado a Inglaterra o Alemania? ¿Por qué no podría ser la historia de un inmigrante de Mali o Guinea que se ve obligado a saltar la valla? Porque yo, en todo momento, estaba pensando en ellos.