Las casualidades no existen, son, como decía Sebald, conexiones ocultas que escapan a nuestras percepciones. Pero que están ahí bajo una epidermis de la realidad que algunas veces desentrañamos con sorpresa y alegría. Cuando escribí El absurdo fin de la realidad en mi cabeza había dos escritores-pilares sobre los que edifiqué el libro: Enrique Vila-Matas y Ray Bradbury. Distintos y complementarios. El primero escribe fantasías librescas ambientadas en la tierra y disfrazadas de realismo. El segundo oculta en planetas, seres extraterrestres y distopías un mundo humano y poético que anhela una libertad inalcanzable.

Pero yo no sabía, en el momento de enlazar a este dúo de escritores „lo acabo de descubrir al leer las entrevistas a Vila-Matas recogidas en Fuera de aquí (Galaxia Gutenberg)„, o había olvidado que Vila-Matas en sus primeros balbuceos artísticos, no con la literatura sino con el cine, había rodado un cortometraje basado en el relato La costa en el crepúsculo, de Bradbury, un bonito cuento en el que una hermosa sirena es descubierta en una playa. Bradbury tiene también otro cuento titulado La sirena en el que uno de los protagonistas se refiere a ella como algo ´imposible´. Pero su interlocutor le responde: «No, Johnny, nosotros somos imposibles». Algo que bien podría servir como preámbulo a estas notas sobre las coincidencias que no son tales, sobre lo que es real o irreal, lo que nos resulta imposible según el lugar desde el que se atisbe.

Las coincidencias no existen. Porque estaban ya ahí, mucho antes de haberlas intuido siquiera y solo después descubrimos y atribuimos a algo llamado azar o casualidad que estas imágenes estuviesen enlazadas. Ahora, ya entrado el siglo XXI, descubro que Vila-Matas también fue Ray Bradbury por una sutil urdimbre de tiempo y literatura y cine y sospechosas conexiones.

En la película de Truffaut Fahrenheit 451, basada en la novela de Bradbury, hay una imagen en la que se ven unos libros ardiendo en un torbellino de fuego. Uno de ellos es Lolita; otro, creo que Don Quijote y, por supuesto, las indelebles imágenes de pinturas de Dalí, otro catalán como Vila-Matas, arrebatas por el fuego y recogidas en un reciente cuento de Miguel Ángel de Rus (editor de Irreverentes y prologuista de mi novela) cuyo título vale un resumen del mismo: Yo fui quien imaginó aquella escena de Fahrenheit 451.

Por cierto, el premio que ganó mi novela El absurdo fin de la realidad es un homenaje al autor de Crónicas marcianas, lo cual no deja de ser una especie de humilde homenaje indirecto por mi parte y otra extraña ´casualidad´.

Si Truffaut hubiese rodado la película hoy quizá hubiese incluido algún libro de Vila-Matas en ese funesto escrutinio tan poco cervantino pero tan recordado. Si yo tuviese que ser un hombre libro de los de la novela, un vagabundo que tiene como misión recordar y albergar en su memoria un libro para que sobreviva al tiempo y al olvido, querría ser El mal de Montano de Vila-Matas. Por cierto, el personaje de la novela de Bradbury se llamaba Montag, que si bien no significa Montano, ambos comparten un sospechoso parecido.