¿Qué buscan en el Cielotodos estos ciegos?

Charles Baudelaire

Las flores del mal

La noticia de que el macropuerto de El Gorguel ha recibido una fuerte objeción técnica en los informes tanto del ministerio de Medio Ambiente como de la propia Comunidad Autónoma y otras instituciones (UMU, Instituto Español de Oceanografía), que son el anticipo del previsible rechazo de Bruselas, supone el más que probable fin de otro de los grandes proyectos de la era Valcárcel para la región.

Era lógico que este fuera el destino final de un insostenible y desafortunado proyecto que pretendía construir el mayor puerto de contenedores del sur de Europa, con capacidad para mover hasta cinco millones de contenedores al año, y cuyas obras alterarían 336 hectáreas en el medio marino y unos dos millones de metros cuadrados en tierra, todo ello afectando a una zona de alto valor ambiental protegida con las mayores figuras legales nacionales y europeas, como son la de Lugar de Interés Comunitario (LIC, tanto marino como terrestre), Zona de Especial Protección para la Aves (ZEPA), y Lugar de Interés Geológico (LIG), a lo que se añaden otros elementos de interés culturales (arqueológicos y mineros).

Con el macropuerto de El Gorguel cae el penúltimo de los grandes proyectos que han presidido la vida pública y la acción institucional en la Región de Murcia en las dos décadas de poder conservador absoluto, convertidos en cifra y emblema de un modelo político y económico definitivamante fracasado y cuyo balance es ya terrible para unos gestores políticos megalómanos e incompetentes que han traído un inmenso dolor a la sociedad, han consagrado nuestra pertenencia a la España más injusta y atrasada, y nos han dejado sin futuro claro. Si algo sabemos hoy con certeza es que el cambio de modelo será muy lento y costoso.

El comienzo de este dramático final se produjo con el estallido de la burbuja inmobiliaria, que dinamitó la superestructura económica sobrevenida con el boom del ladrillo, arruinó a miles de empresas, destrozó el sistema de crédito regional, hundió las haciendas públicas de la región y de sus municipios, y los obligó aceleradamente a endeudarse, al tiempo que enviaba al paro a 100.000 trabajadores.

En paralelo a la difuminación de los mayores trampantojos políticos agitados contra el Gobierno anterior (el trasvase del Ebro, la deuda histórica), le llegó el turno a los grandes proyectos, el corolario lógico de un modelo de economía insostenible y especulativa al servicio de los intereses de los promotores y de las grandes constructoras, especializados en explotar codiciosamente el corto plazo aunque ello conduzca al suicidio colectivo, fungiendo como verdaderos nihilistas que no creen en futuro alguno.

Como un castillo de naipes, uno tras otro estos hiperproyectos, que en su día llenaron titulares de páginas de prensa con cantidades de vértigo en inversión, empleo y cifras de negocio, han ido encallando o desmoronándose, revelándose como inviables o incluso quiméricos disparates.

Así, la gran actuación ‘de interés regional’ de Marina de Cope (veintiún millones de m2), el «mayor complejo urbanístico de España sobre costa virgen», previa e ilegalmente desprotegida, fue literalmente sentenciada por el Tribunal Constitucional primero, y luego el Tribunal Superior de Justicia de Murcia; por su parte, el Aeropuerto Internacional de Corvera, que iba a estar en funcionamiento a finales de 2011, ahí sigue, terminado y sin aviones, varado entre la falta de rentabilidad, la insaciabilidad de Sacyr y la necedad política, esperando que el presupuesto público pague los platos rotos.

Como pagaremos también con seguridad por la autopista de peaje Cartagena-Vera, que aguarda el rescate público; y puede costarnos muy cara la desalinizadora de Escombreras, apenas sin uso pero cuyo contrato puede obligar a la región a pagar hasta seiscientos millones de euros; o desorbitada será la cantidad final desembolsada —varias veces su precio real— por la Autovía del Noroeste, financiada por el ruinoso sistema de ‘peaje en sombra’; o dispilfarrados los 250 millones perdidos en el fracasado proyecto de televisión autonómica (7RM); o ilusorios y onerosos los hoy volatilizados megaproyectos culturales del consejero Cruz.

Completan la lista de embelecos otros grandes proyectos suspendidos del todo o demorados sin fecha, como la Ciudad de los Contenidos Digitales (Contentpolis), que se empezó a construir en Los Camachos (Cartagena), o la Ciudad de la Industria Alimentaria, anunciada para el municipio de Murcia.

Finalmente se intenta mantener artificialmente vivo el último de los superproyectos prometidos, el del parque temático de la Paramount en Alhama de Murcia, sobre el que pende una más que justificada incertidumbre: no aparecen inversores para un modelo en crisis en el resto de España y que se percibe como la herencia inviable de un pasado quebrado.

Se vendió un futuro radiante para Murcia, pleno de riqueza y bienestar para todos, de la mano de unos proyectos dotados de poder salvífico, que iban a lograr la redención de esta tierra secularmente olvidada por el Estado. No había que prestar oidos, decían, a los inevitables profetas de las catástrofes que maliciosamente advertían que lo que se proponía era a la vez un engaño y un grave error que pagaríamos colectivamente muy caro.

Al final, allí donde debía haber riqueza y beneficios para todos ahora hay un piélago de pobreza, exclusión y desigualdad social; donde íbamos a disfrutar de pleno empleo ahora encontramos paro masivo y precariedad existencial; donde iba a elevarse la calidad de vida vemos un deterioro brutal de las condiciones materiales de la mayoría; y en el camino hemos degradado además la calidad del sistema democrático, con el más profundo ciclo de corrupción y un histórico descrédito de las instituciones y de la misma función política.

«El destino ciega a los que quiere perder», escribió Ernesto Sábato en su prodigioso Informe sobre ciegos, pero, ¿quienes son aquí los ciegos para los que el aciago destino habría dispuesto su perdición? ¿Son sólo los ofuscados responsables políticos que han tomado las nefastas decisiones que han arrasado nuestro presente e hipotecado nuestro futuro? ¿o es acaso todavía peor en democracia, y alcanzaría también a una enceguecida ciudadanía, bovinamente entregada con un descabellado y sostenido entusiasmo electoral a este desastre anunciado? La sabiduría popular es en esto implacable:»No hay peor ciego que el que no quiere ver».