Hace dos años, un amigo mío me enseñó su cigarrillo electrónico. Me dijo que gracias a aquel artilugio había dejado de fumar, y me animó a que lo probase. Reconozco que al principio no tuve mucha confianza. Yo era un fumador pasional, de esos a los que les encanta un cigarrillo a cualquier hora, y la única vez que había intentado dejar de fumar había resultado un absoluto fracaso; sufrí ansiedad, comía pipas a todas horas, me atiborré de chicles y por las noches soñaba con enormes y hermosos cigarrillos gitantescos que me fumaba con una enorme felicidad. Así que -como sabía que más tarde o más temprano tenía que enfrentarme al hecho de dejar de fumar-, hice un pedido a una tienda online y esperé a que me llegase el producto. En cuanto recibí mi cigarrillo electrónico, me dispuse a probarlo, y tuve una buena sensación. Ese día fumé solo un cigarrillo por la noche. Al día siguiente, a primera hora, tuve la tentación de fumarme un pitillo después del desayuno, pero probé a tomar el vapeador -o cigarrillo electrónico- para ver si podía pasar sin fumar. Ese día no fumé ni un solo cigarrillo. Y desde entonces -hace ya dos años- no he vuelto a fumar.

Hoy, los salvadores de la salud mundial advierten de que los cigarrillos electrónicos y vapeadores son malos. Al parecer, según sus estudios, provocan enfermedades varias. Como casi todo en la vida. Dado el revuelo que se ha montado sobre este producto en los últimos meses, no sería de extrañar que detrás de estos estudios estuviesen las propias compañías tabaqueras, preocupadas por el descenso de sus ventas en favor de este nuevo artilugio -7 millones de fumadores menos solo en Europa en los últimos dos años-. No sería la primera vez que el lobo se esconde bajo las sábanas de la abuelita; directivos que mantienen o mantuvieron relación laboral con grandes empresas de la industria alimentaria con fama de echar a sus productos sustancias «peligrosas» para la salud trabajan en organismos dependientes de la mismísima Organización Mundial de la Salud. Además, pocos estudios pueden ser fiables a estas alturas sobre el uso del cigarrillo electrónico hasta que no pasen varios años, ya que es un producto muy novedoso y no se conocen sus efectos a largo plazo. A corto, en principio, nada de nada.

Sin lugar a dudas, el cigarrillo electrónico es más saludable que el cigarrillo convencional -entre un 95 y un 99% según muchos estudios-. Cambiarse a los cigarrillos electrónicos podría salvar la vida de millones de fumadores, ya que -según otros muchos estudios- los cigarrillos están matando a 5,4 millones de personas al año en el mundo.

Teniendo en cuenta esta cifra y que los vapeadores -que se sepa- no han matado a nadie, ya es hora de que los políticos dejen de mentir y alarmar a la gente sobre su uso -con el propósito de gravar este producto- y se dediquen a perseguir lo que realmente nos está matando, como la contaminación atmosférica de ciertas empresas, la contaminación del agua de otras muchas, el uso de derivados de los antibióticos en ciertos alimentos por parte de las grandes multinacionales alimentarias, el control del pienso lleno de medicamentos que toman los animales que luego nos comemos o los pesticidas que se usan en agricultura, entre otros. O, mejor incluso, podían prohibirse ellos mismos. Seguro que nuestra salud ganaba muchos enteros.