Ninguno de nosotros somos seres nacidos de manera espontánea. Detrás nuestra existe toda una historia de personas que ocuparon este mundo antes que nosotros y un futuro de personas que lo ocuparán cuando nosotros nos hayamos ido. Hay a nuestro alrededor toda una cultura ancestral que nos hace ser como somos; hay batallas, sudor y sufrimiento; hay victorias y derrotas; hay familiares que sufrieron esto o aquello para darles un porvenir mejor a sus familiares e hijos; hay personas que una tras otra nos dejaron una herencia determinada. Y, al fin, somos como somos gracias o por culpa de la cultura que respiramos día a día; somos como somos gracias o por culpa de aquellos que engendraron a quienes nos engendraron desde el principio de los tiempos.

Cuando uno piensa en la cultura de Estados Unidos, por ejemplo, le vienen a la cabeza de manera inmediata Elvis Presley, Janis Joplin, George Washington, Abraham Lincoln, Gene Kelly, Fred Astaire, Marylin Monroe, John F. Kennedy, los estudios de Hollywood, la Casa Blanca, Central Park, la 5ª Avenida, el Cañón del Colorado, Frank Sinatra, Muhammad Ali, Alfred Hitchcock aunque naciera en Londres, Eleanor Roosevelt, Edgar Allan Poe, Hernes Hemingway, Willian Faulkner, Carl Sagan, la Guerra de Indpendencia, Andy Warhol, el general Patton, el jazz, el country y un sinfín de nombres más.

En España no tenemos a Elvis Presley, ni a Alfred Hitchcock, ni a Carl Sagan. Sin embargo, tenemos a Manolo Escobar, a Nino Bravo, a Alfrendo Landa, a Fernando Fernán Gómez, a José Luis López Vázquez. Tenemos a Velázquez, a Salvador Dalí, a Antonio López, a Goya. Tenemos la catedral de Santiago, y la de Burgos, y La Sagrada Familia. Tenemos los acantilados más altos de Europa. Tenemos a Alejandro Amenábar, a Carlos Saura. Tenemos a Antonio Muñoz Molina, a Quevedo, a Miguel de Cervantes. Tenemos nuestra Guerra Civil de la que nada hemos aprendido, nuestra Reconquista. Tenemos al Gran Capitán don Fernando González de Córdoba, a Cristobal Colón, a Pizarro, al almirante Blas de Lezo, a Don Pelayo, a Felipe II, a la Armada Invencible. Tenemos a Gregorio Marañón, a Severo Ochoa, a Ramón y Cajal. Tenemos la copla, el flamenco, la zarzuela, el Corral de Comedias de Almagro, el Teatro Romano de Cartagena y un sinfín de nombres más.

Tenemos todo eso y mucho más. Sin embargo, lo que diferencia a las sociedades avanzadas de las que no lo son es que en aquéllas sus ciudadanos conocen, respetan y aprenden de su historia la buena y la mala, mientras que en las sociedades atrasadas sus ciudadanos no respetan ni conocen ni aprenden nada de lo que ha sucedido con anterioridad a ellos mismos. Así, en España, ninguno de esos nombres forman parte de nosotros, porque los españoles enseguida nos avergonzamos de nuestro pasado, nos avergonzamos de nuestra propia cultura ancestral, y los jóvenes y no tan jóvenes españoles rechazan en todo momento aquello que es antiguo porque lo consideran viejo y rancio, de tal modo que en nuestras vidas solo hay espacio para la novedad, que casi siempre viene de fuera.

Y, por esa razón, en España reina la incultura, porque como sociedad no sabemos ni de dónde venimos ni adónde vamos.