A Eduardo Torres-Dulce, fiscal general, le gusta más el cine americano clásico que el asunto de la presunta trama de espionaje sobre los políticos españoles dirigida desde los estudios de alguna compañía de inteligencia y entretenimiento de los Estados Unidos. Se le nota mucho el fastidio al bueno del fiscal general por tener que investigar ese caso de espionaje, le daría él la nota de mala película que, a pesar de estar filmada en blanco y negro, adolece de mal dirigida y peor interpretada, con muchas lagunas de guión.

Ese asunto, pese a presentar cierto aire fashion e internacional, no deja de ser un asunto gris y aburrido, como otros internos, que afectan a la cosa doméstica de España: la corrupción política, las andanzas de Urdangarin y de la infanta consorte o la desaparición de los discos duros de las cuentas del Partido Popular. Son esas tramas que, como mucho, darían para una película española, de las que nada gusta su compañero cinéfilo, el ministro de Hacienda, señor Montoro. Una de esas peli que, insisto, como mucho, van, o iban, al festival de cine de Huelva, de Málaga, o son expuestas en un centro cultural de barrio dentro de unas jornadas selectas de cine de autor. Así que la actualidad se parece al cine negro clásico, pero es solo una mala copia, muy deteriorada y farragosa, piensa el fiscal general. A lo que se parece más, hasta el punto de identificarse con él, es al cine español, y a ese subgénero policíaco tipo El crack que filmó Garci bajo la batuta gestual de Alfredo Landa, aquel actor cómico transplantado al cine grisáceo, no negro, de la pantalla española.

No es por darle la razón al señor Montoro, pero qué cine, Dios mío, qué cine tenemos, y qué guionistas, y qué actores? No hay diferencia entre una y otra película, entre un papel y otro, ya sea trágico o cómico: nuestros actores españoles hacen siempre de sí mismos; y casi nunca se les nota que lo hagan mal, ¡porque no sabemos en realidad qué quiere el director de la película que interpreten! Si no sabemos qué han de interpretar, así no pueden equivocarse nunca: hacen con naturalidad de sí mismos.

El otro día, en la tele, lo dijo muy bien la actriz Carmen Maura: «No me gusta saber mucho del personaje que he de interpretar; el mayor elogio que me puede hacer la crítica es decir que he estado natural en la interpretación».

La película española que dieron antes del coloquio en el que intervino Carmen Maura era un bodrio de actores, guión e interpretación que solo se salvaba al final, por el recurso fácil a lo trágico: la muerte de la protagonista, una muerte ni bien ni mal planeada desde el principio por su director, Carlos Saura, quien bruscamente produce el golpe de sorpresa final que ´salva´ la hora y media de chorradas de la película.

Quizá el lector no sea tan exigente con el cine español, y no comparta estas críticas. Yo me confieso educado, en materia de cine, por el programa de José Luis Garci, en el que, entre otros excelentes críticos de cine, era habitual nuestro fiscal.