Quizá, este experimento que es Rayuela tenga muchos inconvenientes y no se equivocan algunos críticos avezados en afirmar que también muchas deficiencias. Tal vez no era la narración larga el terreno más fértil para el superdotado cuentista que fue Cortázar. Pero, ¿quién sería capaz de escribir Rayuela? Como Borges escribiera acerca de Don Quijote, yo también afirmo sobre Rayuela que cualquiera podría corregir alguna de sus líneas pero nadie, salvo Cortázar, sería capaz de escribirla. En este sentido, son muchos motivos los que se pueden esgrimir para aseverar que esta gran obra cortazariana es una pieza única en la historia moderna de las letras hispanas.

Ya Cortázar pensó en la anquilosada literatura que se estaba haciendo hasta el momento, y como tantos otros renovadores del género, trató de dar un salto en el tiempo y escribir la novela del futuro. Evitando ser un continuador del gastado canon occidental y decimonónico, Cortázar planteó Rayuela como un juego en el que lector, escritor y texto estuviesen en igualdad de condiciones. Ese carácter lúdico que rige la obra se puede apreciar tanto estructuralmente (famosos son su tablero de instrucciones y la disposición de capítulos aleatorios) como argumentalmente. Hay además esa frescura en el lenguaje (una de las preocupaciones principales de Cortázar): juegos de palabras, uso de neologismos, invención de dialectos íntimos y mixtura de voces narrativas que demuestran esa necesidad del autor por transcender la propia lengua con la que se configura su escritura.

Porque, en definitiva, Rayuela es una novela que trata de ir más allá de sí misma, sobrevuela sobre la propia grafía que la engendra y avanza hacia un horizonte impreciso en una búsqueda incesante, en una evasión radical de la 'Gran Costumbre'. Es interrogativa desde el primer capítulo, pone en tela de juicio los valores tradicionales y nos atrapa en su laberinto de amor, humor, juego, azar e ironía. Nos despliega un tablero lúdico para hacernos vagabundear, convertidos en Horacio en busca de La Maga, por las azarosas avenidas sin cronología de un París noctámbulo y alucinante. Luego nos devuelve, en un retorno ulisíaco, a Buenos Aires, no sin antes pasearnos por miles de estaciones del metro de la literatura, el jazz, la pintura, el amor y la cultura. Porque en definitiva, en esa intención de 'novela total' que caracteriza la genial Rayuela, todo cabe, todo es posible. Miles de destellos, desde miles de ángulos, nos hacen guiños en este endiabladamente divertido artefacto literario que hace ya medio siglo vio la luz y que, a pesar de que está compuesto por simples palabras (perras negras, diría su autor) va más allá y nos sigue mostrando el camino de la Literatura del futuro. Una literatura fresca, cambiante, desacralizadora, intuitiva, audaz y distinta que diez lustros después sigue siendo una aventura apasionante. Lean, relean, jueguen Rayuela.