Cada día en la televisión, en todas las cadenas se produce este fenómeno: populares, actores y actrices, presentadores y presentadoras aparecen en programas a la misma hora en diferentes espacios. El zapeo del telespectador comprueba que fulano o menganita está presente al tiempo haciendo posible el fenómeno de la ubicuidad que es mucho más antiguo; tiene milenios, no es cosa de la última tecnología y la capacidad de grabación y posterior emisión. Y el público siente un poco el cansancio de la repetición inmisericorde de las caras y los rostros conocidos.

Este don de aparecer en dos o más lugares a la vez, como digo, es muy antiguo. En las vidas de los santos se leen numerosos prodigios de este género. San Alfonso María de Ligorio, por ejemplo, asistió al papa Clemente XIV en su lecho de muerte en Roma, aún permaneciendo en su diócesis de Arezzo; San Antonio mientras predicaba en España se apareció ante el Tribunal de Padua para demostrar la inocencia de su padre, acusado injustamente de un delito. Y así se podría seguir hasta nuestros días, o hasta un pasado más o menos próximo con las apariciones del padre Pío en lugares diferentes e incluso fotografiado después de su muerte; cuestiones suficientes para plantearse turbadores interrogantes. Bien es verdad que lo que ocurre en la televisión o en los medios de comunicación es otra cosa bien distinta alejada del misterio.

Volviendo a la historia los escépticos prefieren pensar que todo esto no son más que leyendas; esas leyendas que tienen los colores de los exvotos y de la fantasía de las baladas populares. Pero en la cultura oriental, por ejemplo, la ubicuidad es un fenómeno que se repite desde hace milenios. Los lamas tibetanos practican esta forma de concentración desde los primeros años de sus estudios. Se trata de una proyección de la conciencia fuera del cuerpo; en un segundo nivel, más difícil de alcanzar, la proyección se materializa y se hace visible a los demás.

¿Tendrán algo que ver las productoras de programas de televisión con esta proyección espiritual?

¿Puede ser cualquiera el protagonista de estas aventuras? Ni la corriente que podemos definir mística, ni aquella que podríamos llamar experimental, han podido presentar hasta ahora una prueba. Y, no obstante, los fenómenos a los que nos hemos referido no son nada comparados con otros: las apariciones de fantasmas, el ectoplasma, las traslaciones, la levitación, las voces directas. La parapsicología responde con prudencia y la audiencia con hartazgo.