Ahora que se va apagando lentamente el clamor de las cadenas humanas de independentistas catalanes por las calles de esa gran nación, moviéndose de un lado a otro de las carreteras en fraternal compañía como si bailasen enfervorizados los acordes de La barbacoa de Georgie Dann, voy a hablar de Cataluña. Para empezar, diré que Cataluña, tal como está hoy en día, no le vale para nada a los españoles. Quiero decir que para mí y para muchos españoles, Cataluña no cuenta, ya que muchos trabajadores „en mi caso como maestro„ no pueden trabajar en Cataluña al no hablar el idioma catalán, aunque esté dentro del territorio español. Desde esta perspectiva, Cataluña ya es independiente, ya que sus políticos utilizan el idioma como arma de exclusión laboral o social.

¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Pues principalmente por dos razones; la primera, gracias a la legislación electoral española, que beneficia a los partidos nacionalistas, y la segunda, gracias al PSOE, que al tener como enemigo común „aunque muerto„ a Franco, consideraron y consideran a los nacionalismos como partidos progresistas, cuando en realidad son todo lo contrario, dándoles infinidad de agasajos y dinero del contribuyente cada vez que están en el Gobierno.

Dicen los independentistas que Cataluña era una nación ya hace siglos y que España los invadió. Aquellos desgraciados que creen semejante barbaridad sin preguntarse si eso es cierto pecan sencillamente de ignorancia, porque la historia, a pesar de los intentos de iluminados y locos, está ahí para leerla. Y, sobre todo, para no repetirla. Esta construcción ideológica que nace de la nada, de la mentira y de la manipulación especialmente de los más jóvenes, lleva a muchos catalanes a pedir una independencia y un Estado que, en realidad, nunca ha existido, en honor a un cuento de hadas inventado por aquellos que quieren pasar de ser gobernantes a ser reyes. Y es una lástima que Cataluña se deje enredar en debates tan absurdos, ya que por lo general los catalanes se caracterizan por su profesionalidad y su buen hacer no solo dentro de España, sino en el mundo.

Dicen también los independentistas que los ciudadanos tienen derecho a decidir. Y eso está muy bien, pero tampoco es cierto: los ciudadanos tienen derecho a decidir dentro de los límites de la legalidad. A nadie en su sano juicio se le ocurriría reclamar el derecho a decidir si echar a los catalanes que viven en Cáceres o en Alicante, ni tampoco si echar del magisterio a aquellos catalanes que tienen demasiado acento, por muy empalagoso que sea, como se ha hecho en alguna que otra televisión autonómica por lo contrario.

Al final, el problema de Cataluña „muy semejante a lo que ocurrió en otras épocas de crisis„ tiene mucho que ver con el afán político de sus gobernantes, el aprovechamiento de la miseria y el miedo y una cierta incultura de algunos ciudadanos. Esto ha llevado a que haya nacido en Europa un reducto de fascismo al más puro estilo hitleriano donde la pertenencia a una nación determina la segregación de quienes no pertenecen a ella. Por eso, y en defensa de aquellos que se ven excluidos y perseguidos en su propio país „o en cualquier parte del mundo„, hay que ser absolutamente tajante con este tipo de doctrinas. Aunque, como siempre, ya llegamos demasiado tarde.