Los incendios que han asolado España este verano harán más grises los montes, pero si al menos sirvieran para concienciarnos en el principio de responsabilidad que propuso Hans Jonas... No solo urge mejorar la dotación de bomberos y prevenir mejor, sino cambiar las leyes para adaptarlas al daño producido, y también crear conciencia, educar. Educación para la Ciudadanía, señor Wert. Por cada pirómano habría que aumentar tres veces el presupuesto de su ministerio para educar en la responsabilidad.

Hans Jonas, el gran pensador alemán emigrado a Estados Unidos tras la irrupción del nazismo, escribió El principio de responsabilidad, uno de los libros fundamentales de la Ética del siglo XX. Jonas vislumbró en la década de los 70 de ese siglo los retos que lanzaba la era tecnológica en la que hoy estamos inmersos. Si las acciones cambian, la ética no puede quedarse atrás. Antes del nuevo poder tecnológico global, cualquier acto era juzgado en sus consecuencias puntuales, inmediatas, y no se percibía su repercusión futura y planetaria. Había incluso una línea clara que separaba lo ético y la naturaleza. Las acciones que atentaban contra ella carecían de una sanción grave, o, incluso, ni siquiera se conocía que fueran censurables.

La humanidad parece que solo amplia su conciencia en el peligro. Unas generaciones más atrás que la nuestra no se percibían los riesgos que tenemos hoy delante; y los suyos propios, los suponía controlados. Su efecto negativo sobre el medio natural se ceñía a una destrucción limitada. La naturaleza podía reponerse al daño producido por el hombre, ya que la tecnología en su fase antigua no amenazaba el ciclo natural regenerativo. Y, sobre todo, antes de nuestra época no existía la conciencia de responsabilidad ante las generaciones futuras, esas que ya no podrán ver un mar no contaminado de plásticos ni, al ritmo que vamos, un bosque verde frondoso.

Hoy andamos alarmados en ambos aspectos: en el primero, respecto al control de la capacidad de destrucción de la naturaleza, nos sentimos bastante inseguros, y cada vez más esa inseguridad se extiende sobre la conservación del propio ser humano. Las consecuencias de muchas de nuestras tecnologías no se han calculado aún, no solo sobre la vida física del hombre sino sobre su salud mental. En lo segundo, en perspectiva de futuro, nos encontramos en una encrucijada, bajo un síndrome de culpa, que es el nuevo 'pecado original' en esta era tecnológica. Antes no preocupaba esa perspectiva de las consecuencias en el futuro y, en caso de asomarse, se conjuraba con buena conciencia; en cambio, hoy 'disfrutamos' la culpable sensación de estar condenando a las futuras generaciones con nuestro progreso incontrolado, y además no podemos esperar de un ciclo remoto regenerativo, porque hoy también, para nosotros, el futuro es lo inmediato y la perspectiva de nuestra sensibilidad abarca solo a nuestros inmediatos sucesores; nos desenganchamos hace tiempo de toda laya de utopías ecologistas o sociales que pensaban en un lejano porvenir.