Hace calor, mucho calor. Nuestras fuerzas flaquean y la desgana amenaza ganando protagonismo, nos cansamos de todo. Las ciudades, con sus plazas y calles vacías, parecen desiertos de hormigón. La gente deambula, aturdida por las altas temperaturas que paradójicamente nos producen bajón. Son muchos los que ya han realizado la gran evasión veraniega a destinos familiares o desconocidos, en busca de nuevas aventuras. Tampoco son pocos los que prefieren quedarse en casa o ni siquiera pueden intentar una salida. Otros, vamos y venimos por esos mundos de Dios tratando de aprovechar al máximo las vacaciones familiares, donde la convivencia de distintas generaciones nos da la oportunidad de aprender y emprender, ayudar y dejarse ayudar, descansar (más o menos) y disfrutar de grandes y pequeños momentos que enriquecen a todos. El verano luce con su sol más radiante. Luz, color y calor trazan un inmenso arcoiris de posibilidades. De la playa a la montaña, en el campo o la ciudad, huyendo del astro rey o dejándose broncear por sus rayos. Es tiempo de cambiar el ritmo y aprovechar la cadencia de las horas veraniegas que pasan sin pausa ni prisa, disfrutando del descanso (que debería ser obligatorio para todos) que nos facilita saborear los buenos momentos que nos brinda la vida: la belleza de una puesta de sol, la inmensidad del mar, el verde de campos y jardines salpicado de frutos y flores de todos los colores, el azul limpio del cielo y el brillo tintineante de las noches estrelladas en las que pretendemos alcanzar los sueños fugaces€ mientras, la realidad de la época estival, se desparrama con holgura en momentos inolvidables que pasan sin pasar evocando cariño y ternura: el cuidado de niños y ancianos, la mirada de los enamorados, el amanecer de una nueva vida, el atardecer de la experiencia. La alegría y el llanto, trabajo y paciencia, descanso, diligencia. Los gritos y el silencio. La lectura de la vida a pie de página de la existencia. Cuadernos de notas. Dibujo y belleza. Labores de ayer y hoy. Silencio interrumpido de la siesta. La música del verano y una guitarra que suena. Hacen ruido las fichas del dominó y ecos de silencio las preguntas sin respuesta, juegos de ayer y siempre. Un móvil suena. El soniquete del whatsapp y las quedadas para alguna fiesta. Noticias que vienen y van mientras alguien prepara la merienda. Escaladas y chapuzones en el agua. La playa y su arena. Momentos€ que no se lleva la marea.