La literatura es tiempo, y representa una lucha contra el tiempo, un espacio de silencio en el que quien escribe busca su curación y la procura también al lector. Saúl Bellow (citado por Antonio Muñoz Molina) recuerda que la única curación posible la proporciona un libro. Es consecuencia de un ritmo interior, y ha de conectar con el alma de quien lee, que en un instante mágico coincide con el sonido de quien ha inventado las palabras para sugerir o para recordar. Se escribe para parar el tiempo, o para concederle el espacio de lo eterno, para fijarlo. Así escribe Julio Llamazares y así escribió su último libro, Las lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara), del que habló este viernes en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza.

Los territorios isleños son muy especiales, en su configuración y en su espíritu, e Ibiza es uno de esos espacios que, ocurra lo que ocurra, se llene de turismo en verano o se quede en silencio en invierno, siempre tendrá la zona en la que no se apaga la luz de su alma, la que cautivó a Aldecoa y a Azcona, y a Sánchez-Ferlosio, y la que sigue atrayendo a seres humanos que aquí recuperaron las ganas de seguir vivos. Tras ese coloquio con Llamazares en el MACE (la E es de Eivissa) un asistente llamado Carlos explicó que él era un hombre de negocios, poseído por la prisa y por la parte de fuera del tiempo; un día vino a Ibiza (a Eivissa) y aquí encontró otra dimensión de la vida; la risa, la amistad, la noche, el teatro pasaron a ser sus preocupaciones vitales, su ámbito de vida, y eso le devolvió una alegría que antes no había conocido. Un artista alicantino que vino aquí en 1976 y que ya es de Ibiza para siempre me contó, después de esa presentación, por qué se quedó. Ibiza te atrae o te rechaza, pero si vuelves, después de aquella primera experiencia, ya la isla es tuya, y para siempre. Algunas personas que escucharon a Llamazares contar cómo fue naciendo Las lágrimas de San Lorenzo -la historia de un hombre que vuelve a Ibiza con su hijo, tras una vida que requiere recuento sentimental, que él aborda mirando al cielo para explicar al muchacho el fenómeno de las estrellas fugaces- le dijeron al escritor leonés que ellos habían vivido personalmente muchas experiencias que se cuentan en el libro, que es obviamente un relato de ficción.

A Llamazares no le extrañó; no extraña que un libro (como los de Onetti, como los del citado Muñoz Molina, como este de Llamazares, sean constituidos por la ficción o por la realidad) conecte con el alma del lector hasta convertirse en parte de esa experiencia ajena. Pues se escribe, ficción o realidad, para contar experiencias universales, y casi todas ellas (dijo Llamazares) tienen que ver con la búsqueda de la felicidad y con todo lo que hay mientras tanto: la soledad, la lucha por ahuyentar la sensación de ahogo que se produce en cualquier ser humano en el transcurso de esa búsqueda. Por eso, porque el escritor va buscando en el ahogo, el ritmo de la escritura tiene que ver con la música de la respiración, y siempre es una respiración que siendo peculiar y personal y de cada uno termina siendo de todos. Lo singular en literatura acaba siendo colectivo si el libro es bueno.

Fue una sesión especialmente honda, sugerente; no siempre se halla en el coloquio sobre literatura la respuesta esencial a lo que la gente pregunta habitualmente: por qué escribe, por qué escribió en concreto este libro. Llamazares estaba hablando, como él dice, en una patria personal, la que le dio la literatura, pues él no es de Ibiza, y pasa aquí temporadas cortas desde hace décadas; pero para escribir este libro, para evocar esa historia de soledad y de explicación de la soledad, pensó en seguida en el cielo de Ibiza y en un tiempo como este, el verano de la isla cuyo cielo no recoge ni el ruido ni la ansiedad de la tierra, sino que se muestra, indiferente y magnífico, como un territorio en el que caben todos los sueños.

Para él, "esta isla tiene como una especie de veneno" que te hace regresar o soñar con el regreso, igual que les pasó a tantos de los que, como Aldecoa, como Azcona o como Ferlosio, o como el propio Llamazares, sintieron que aquí había una luz especial y no era tan solo la luz del cielo ni la luz del sol ni la luz de las noches. Hay una luz en Ibiza que sólo se entiende si uno mira por dentro ese resplandor, y eso sólo se logra atendiendo a la música, a la palabra, al alma de algunos libros como este que Julio Llamazares le ha regalado a la isla.