El mismo Miguel de Unamuno acuñó el término 'intrahistoria' para referirse a esta otra historia, digamos menor, cotidiana, que sirve de fondo a la otra historia más visible y notable de la que los libros canónicos suelen dar testimonio. Esa intrahistoria es la que relata José Esteban en un magnífico volumen de anécdotas sin ninguna pretensión de exhaustividad ni rigidez académica pero que, sin embargo, puede hacernos entender mejor la idiosincrasia de una época y de una notable generación de escritores que marcaron la historia literaria y cultural de nuestro país. Porque si bien los manuales de literatura y las antologías nos sirven para descubrir qué escribieron Unamuno, Valle-Inclán o Baroja, en La generación del 98 en sus anécdotas hallaremos qué dijeron, qué vociferaron. Ese otro discurso más humano y cercano que transforma a los dioses del Siglo de Plata en humanos de carne y hueso.

Valle-Inclán aparece en estas páginas como un hombre soberbio, belicoso y extravagante que al perder un brazo, en su ya famoso orgullo, se sintió más alegre de parecerse a Cervantes que triste por su manquedad.

Pío Baroja, amante de los gatos, parece que fue un ser resentido que mantuvo una fuerte enemistad con muchos de sus compañeros de generación. Con el único autor que parece que conservó cierta amistad, aunque quizá alimentada por sus opuestas y complementarias personalidades, fue con Azorín.

Además de las lindezas literarias encontramos en este libro episodios chistosos como el de las zapatillas que nos narra Gómez de la Serna. Resulta que Baroja andaba preocupado porque no tenía muy claro si se decía 'en zapatillas, de zapatillas o a zapatillas'.

Cómo no, otra figura indispensable en este olimpo español es don Miguel de Unamuno, el rector de Salamanca: hombre soberbio y altanero, frugal y austero. Fue antagonista de Valle-Inclán y mostró un oscuro desdén hacia Rubén Darío al que tildaba de 'indio'. En su prosodia sarcástica y prepotente afirmó que sabía más que Sócrates porque además de reconocer que no sabía nada también sabía que nada sabían los demás. Otro episodio de Unamuno, quizá más conocido, es aquel de una conferencia en la que fue corregido al pronunciar el nombre de Shakespeare de forma errónea. A lo que respondió: "Ah, ¿que ustedes saben inglés?". Y continuó la conferencia en inglés.

Jacinto Benavente, el gran dramaturgo premio Nobel, fue expulsado de la Academia porque, debido a alguna extraña superstición, se negaba a leer el preceptivo discurso de recepción. De esta generación no podemos olvidar a Antonio Machado, gran poeta y superdotado de la actuación teatral. Memorable es ese último encuentro con su admirado Unamuno. En aquel póstumo cruce de caminos, Unamuno dijo al marcharse, casi de manera premonitoria: "Hay una niebla tan espesa que no se distingue nada". Poco tiempo después Unamuno fallecería y, al parecer, pocas cosas impresionaron tanto como esto al joven Machado.

Muchos otros personajes engrosan la galería de este singular libro: Manuel Machado, Maetzu, Pardo Bazán, Sawa, Galdós o Blasco Ibáñez. Aparecen historias acaecidas en el Ateneo, en las tertulias enfebrecidas de aquellos agitados días de resurgimientos cultural y artístico. Asuntos escandalosos sobre plagios o turbios premios literarios.

El vademécum de anécdotas que José Esteban recoge para nuestro deleite salta de la primera a la tercera persona y nos sumerge de lleno en aquellos instantes, en aquellas historietas, que a veces rozan la categoría de chascarrillo, y nos sustrae de la literatura canónica y formal. Quizá se echa de menos que este libro no vaya dividido en capítulos, epígrafes, fechas o autores para que el lector no se sienta perdido. No obstante, su forma directa nos atrapa y nos hace pasar unos buenos momentos literarios.