El cardenal español Julián Herranz, presidente de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana, miembro del Opus Dei, experto en Derecho Canónico y médico psiquiatra, en una reciente entrevista concedida a Lola Galán, enviada especial a Roma de El País, afirma que el del Vaticano "es el Gobierno menos corrupto y más transparente que hay". Asimismo, al preguntarle la periodista por los episodios oscuros de la banca vaticana, dice que, aunque no conoce exactamente su funcionamiento, "en todas las bancas del mundo han ocurrido y ocurren fenómenos de este tipo". Las declaraciones de este príncipe de la Iglesia, quien, dicho sea de paso, presidió la comisión encargada de esclarecer el escándalo de las filtraciones de documentos reservados vaticanos a los medios de comunicación, conocido como 'Vatileaks', no se compadecen con la realidad si nos atenemos a los hechos acaecidos desde hace ya varias décadas. Pienso que, pese al loable empeño por parte de Benedicto XVI de ajustar el IOR (Instituto para las Obras de la Religión) a los estándares internacionales de la ortodoxia bancaria, suscribiendo en 2009 la Convención Monetaria de la Unión Europea, en virtud de la cual la Santa Sede se comprometía a aplicar la legislación comunitaria pertinente sobre la prevención del blanqueo de capitales y la prevención del fraude, no es menos cierto que en julio de 2012 el grupo Moneyval del Consejo de Europa indicó que el Vaticano sólo aprobó 9 de las 16 recomendaciones emitidas por el Grupo de Acción Financiera de la OCDE, cuestionando la transparencia de sus transacciones. Esto ocurría apenas dos meses después de que el, a la sazón, presidente del banco vaticano, Ettore Gotti Tedeschi, fuese destituido en circunstancias nada claras. La designación de su sustituto, el alemán Ernst von Freyberg, fue una de las últimas decisiones tomadas por el anterior pontífice y a aqué le espera una difícil y compleja tarea, habida cuenta la magnitud de los desafíos que tiene que afrontar para que haya definitivamente, "luz y taquígrafos", en tan controvertido asunto.

Conviene recordar que los actuales lodos vienen de polvos un tanto lejanos, como han puesto de relieve avezados vaticanistas, con alguno de los cuales establecí estrecha amistad durante mi etapa de corresponsal de prensa en Roma, tales como, por citar algunos relevantes ejemplos, David A. Yallop, Rossend Domenech, Gianluigi Nuzzi y Eric Frattini, que han escrito obras muy lúcidas al respecto. Y es que no en vano, como ha señalado este último en su libro La Santa Alianza Historia del espionaje vaticano de Pío V a Benedicto XVI: "La Banca Vaticana ha sido fuente de innumerables escándalos y ha estado envuelta en la pérdida de millones de dólares, quiebras bancarias, venta de armas a países en conflicto, establecimiento de sociedades fantasma en paraísos fiscales , financiación de golpes de Estado, lavado de dinero de la mafia y suicidios misteriosos. El IOR ha violado cientos de leyes financieras sin que ninguno de sus dirigentes haya sido juzgado nunca por algún tipo de tribunal terrenal". Todo comenzó con Paul Marcinkus, más conocido como 'El banquero de Dios', un monseñor de origen lituano nacido en Chicago, cuya fulgurante carrera como presidente del IOR, empezó en 1972 con Pablo VI y finalizó en 1989 con Juan Pablo II, a raíz de que la Fiscalía de Roma ordenase su detención sin fianza, medida que fue revocada por la presión ejercida por el propio Papa. Con su muerte, acaecida en EE UU el 21 de febrero de 2006, desapareció un peculiar banquero que -como escribí en aquella luctuosa ocasión en este mismo periódico-, no dudó en utilizar paraísos fiscales y establecer alianzas de colaboración con dudosos personajes vinculados a la mafia, con tal de obtener pingües beneficios para las arcas vaticanas. Su arriesgada gestión tuvo ruinosas consecuencias, no sólo estrictamente económicas, sino también de imagen, al implicar al organismo que dirigía, con una red de corrupción que acaparó en numerosas ocasiones la primera plana de los medios de comunicación del mundo.

En años sucesivos y hasta la actualidad, la gestión del IOR no ha estado exenta de polémica, como ha evidenciado el ya mencionado periodista italiano, Nuzzi, en su valiente obra Vaticano S.A., cuya lectura aconsejo a los lectores interesados en profundizar en tan apasionante temática. Basándose en un inmenso archivo de documentos reservados e inéditos del IOR, suministrado al autor expresa voluntad de monseñor Renato Dardozzi, una de las figuras más importantes en la gestión financiera de la Iglesia desde 1974 hasta la década de los noventa, expone con gran rigor la opacidad de las finanzas vaticanas así como las audaces operaciones financieras realizadas por monseñores y prelados, cuya finalidad era sostener un nuevo gran partido de centro en Italia después de la caída de la Democracia Cristiana, e incluso el de blanquear el dinero de la mafia. Confiemos en que el Papa Francisco encamine al IOR por la senda de la rectitud y la transparencia, cumpliendo así de forma definitiva los buenos propósitos de su predecesor Benedicto XVI. Tal vez en esa frustración radique, junto con otras de diversa índole, la clave de su renuncia al pontificado.