En estos días que el cine de Spielberg y Tarantino nos ha recordado asuntos como la esclavitud en EEUU, es apropiado abordar el tema desde una perspectiva literaria. Y no sólo traer al papel el asunto de los negros sino también el de los indios americanos.

Hay momentos decisivos que quedan insertos en la historia y al revivirlos recuperamos gran parte de su acontecer. Son momentos concretos que gracias al poder de la literatura hoy podemos volver a evocar. Voy a referir dos instantes que han llamado mi atención al revisar los albores de la Literatura en América. El primer momento lo aprisionó en el papel el español Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566) y puede ser consultado en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. En este testimonial libro de 1552, un alegato histórico a favor de los indios americanos, se nos cuenta el terror, el salvajismo y las atrocidades a los que fueron sometidos los habitantes naturales del Nuevo Mundo en nombre de Dios. Sólo tomaré una fotografía que servirá de ejemplo para explicar el efecto que en aquellas personas causamos los recién llegados colonos con nuestra cristiandad por bandera. Corría el año 1511 cuando un cacique local llamado Hatuey pasó con sus gentes desde la isla Española a Cuba en huida de los cristianos que tras ellos fatigaban caminos. Al final atraparon a Hatuey y el castigo no fue otro que morir quemado vivo. Fray Bartolomé nos lo narró así: "Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias".

El otro instante que pretendo anotar nos traslada dos siglos después y lo vivió y lo escribió Olaudha Equiano (1745-1797), el padre de la literatura afro-americana. Su biografía nos cuenta que fue secuestrado de su tierra natal de Ibo, hoy Nigeria, en el año undécimo de su vida por esclavistas, y transportado durante más de siete meses hasta acabar en Virginia. Allí fue vendido para trabajar en una plantación. Tras muchos dueños y oficios consiguió comprar su libertad en 1766 a su benevolente dueño Robert King. Equiano puede ser considerado un pionero de la causa abolicionista y su vida está plagada de aventuras. Escribió su biografía, Narración de la vida de Olaudah Equiano, el Africano, escrita por él mismo. Autobiografía de un esclavo liberto, un alegato en contra de la esclavitud que gozó un enorme éxito en sus días. Además de su valor histórico y testimonial, Equiano tiene el mérito de haber sido capaz de utilizar los recursos de la cultura asimilada (idioma, costumbres y religión) para denunciar dicha cultura.

Pero estas notas pretenden, como ya dije, rescatar instantes. Esos choques culturales que la literatura ha conseguido mantener intactos. Cuando Equiano fue secuestrado siendo un niño, escribe en su autobiografía, vivía en un lugar feliz con su familia. Jamás había visto a un hombre blanco, un caballo o un barco. Pero un día recibió el impacto de un mundo desconocido, cruel y despiadado. Los hombres blancos que lo secuestraron eran más salvajes que cualquier criatura que hubiese conocido hasta entonces. Temió por su vida y llegó a creer que sería devorado por sus captores de 'rostros rojos y largos cabellos'. Cuando fue llevado al barco pensó que el movimiento de éste sobre las aguas era debido a un conjuro mágico. Muchos morirían en aquella travesía. Equiano vivió para contarlo. Aprendió a escribir, asimiló la cultura que lo 'adoptó' y a través de la lengua de Milton testimonió su paso por aquel exótico mundo del siglo XVIII.

Estos dos instantes, atrapados en las páginas y el recuerdo, son ya parte de la eternidad.