Escribo precisamente el 2 de marzo cuando, contando días y desvelos, llegamos a la cifra de 230 años desde aquel otro de 1783 en el que, en la ciudad de Murcia, moría Francisco Salzillo y Alcaraz, sembrando luto por toda una ciudad que acudió sin excepción al sepelio del hombre que, con un espíritu religioso profundo, había tallado la más hermosa obra de la imaginería barroca de la historia. La que se guarda, fundamentalmente, en la capital de su nacimiento.

La muerte del escultor murciano por excelencia -nunca después hubo una figura de su universalidad- fue tratada muy espiritualmente, y fue despedido amortajado con los hábitos a los que profesaba veneración íntima. Debió de ser uno de los días más aciagos del siglo XVIII, en la Murcia recoleta de iglesias multiplicadas y piedras venerables para canteros con trabajo en la catedral.

Y todos lloraron la pérdida del anciano maestro que había representado la Pasión del Señor desde todos sus ángulos, desde todas las sandalias de sus discípulos, recreándose en los ojos atravesados de sus Judas, en los bucles taheños de sus barbas. El prodigio de sus manos, de su afilada gubia, la precisión del pan de oro, del estofado reconocible, todavía, en nuestras huertas y sus refajos, quedaron callados y quietos ante la muerte. La historia sagrada de su Nacimiento en el Belén, juguete de su ancianidad lúcida, las centenares de manos vivas de sus imágenes, su movimiento, los músculos de las esculturas de sus pasos; sus Niños y ángeles, sus Purísimas traspasadas de dolor hasta llegar a Dolorosas; los gestos trastornados de los apóstoles que no comprendían las razones del sufrimiento. Los latigazos, que Murcia conoce uno a uno, sobre las espaldas del Cristo Redentor, con frecuencia atado a la columna. Todo quedó ahí, detrás de él y su marcha, sin duda, al paraíso de los cielos en el que creyó.

En Santander, de la mano del escritor murciano Antonio Martínez Cerezo, hay una convocatoria para el 14 de marzo, con el título de Recreación de la Procesión de los Salzillos. La luminosa mañana murciana de Viernes Santo. Imaginería a cargo de los talleres Blázquez -María del Mar y Raquel- y fotografías de Ana Bernal. Ya escribí que una sola foto de ella puede contar todo Salzillo; la del San Juan que enamoró a Benlliure se representa en el cartel del acontecimiento.

No será fácil llevar al norte cántabro la sensación de nuestras luces y nuestra atmósfera cuando los Salzillos caminan a hombros de sus cofrades. Pero estamos en buenas manos artísticas y la sensación se aproximará a nuestra realidad irrepetible.